En defensa del lenguaje incluyente

Ciudad de México /

El uso que procuro hacer del lenguaje no sexista e incluyente suele molestar a muchas personas. Constantemente se me recuerda que ya la Real Academia Española ha aclarado que el uso del masculino incluye a hombres y mujeres según el contexto, o me presentan un video de Vargas Llosa burlándose del lenguaje incluyente. Por supuesto, abordar este tema desde una perspectiva de corrección en el uso del lenguaje es totalmente ocioso. La pregunta nunca ha sido si el masculino genérico incluye a las mujeres, ni si el género gramatical coincide con el sexo. De lo que se trata es de cuestionar y de reflexionar sobre lo que el lenguaje y sus normas significan y representan en nuestra sociedad.

El lenguaje es un fenómeno cultural vivo y en constante evolución. Su estructura, usos y normas son producto de procesos históricos que consiguen modificarlo y darle identidad. La lengua es, en tal sentido, esencialmente democrática, en tanto son las mayorías las que la crean y transforman. Por ello, en la medida en que es el reflejo de una realidad social, nuestro lenguaje es necesariamente sexista. En un mundo que históricamente ha discriminado a las mujeres, el lenguaje no hace sino reproducir los estereotipos, sesgos y prejuicios que imperan en las relaciones de género. El lenguaje forma parte del entramado social profundamente arraigado, en el que las mujeres siguen teniendo un estatus de inferioridad.

Por ello, frente al uso del lenguaje incluyente no tiene sentido invocar las reglas de corrección del lenguaje. Tales reglas se limitan a reconocer los usos del lenguaje dominante; son la ordenación a posteriori de un lenguaje que se crea todos los días. Lo cierto es que el lenguaje incluyente no pretende ser correcto. Todo lo contrario, pretende cambiar la realidad, desafiarla y transformarla. Busca poner en entredicho uno de los productos del patriarcado, en la misma manera en que muchas normas jurídicas han debido modificarse para dejar de ser discriminatorias.

Si el lenguaje incluyente incomoda, es porque nos confronta con nuestro propio sexismo; nos obliga a cuestionar el mundo tal como lo conocemos, nos obliga a ver lo que siempre ha sido invisible. Ridiculizarlo o reducirlo al absurdo, es ridiculizar la lucha por la igualdad y hacer oídos sordos al sufrimiento ajeno, generalmente desde posiciones de privilegio. Descalificarlo como meramente ideológico, pierde de vista que justificar o minimizar la desigualdad también es una postura ideológica.

El lenguaje no sexista contribuye a generar el cambio cultural y normativo necesario para que las mujeres alcancen la verdadera igualdad sustantiva. Al poner de relieve la presencia de las mujeres en los ámbitos de los que han estado históricamente excluidas, se normaliza su participación, lo que cumple una función ejemplificativa para otras mujeres y niñas, así como para la sociedad en su conjunto. Asimismo, la desarticulación de los estereotipos presentes en el lenguaje fomenta la diversidad, así como una cultura de respeto y no violencia, al eliminarse las desvalorizaciones sutiles inmersas en el lenguaje. Al igual que otras herramientas, como la perspectiva de género, el uso del lenguaje no sexista nos exige prestar atención a las muchas maneras en que se manifiesta la discriminación, lo que a su vez cumple el rol de una verdadera reeducación en la igualdad.

El derecho a la igualdad que nuestra Constitución consagra no podrá ser una realidad mientras persistan las estructuras que desvalorizan a diversos grupos, entre ellos a las mujeres. El uso del lenguaje incluyente, particularmente en la comunicación institucional, es fundamental para ese fin. El lenguaje conforma el pensamiento y crea la realidad. Por ello, es imperativo que desde los espacios de ejercicio del poder se destierren todas las prácticas e inercias que tiendan a reproducir la discriminación. El uso del lenguaje incluyente en el discurso público cumple una función pedagógica y contribuye a generar un sentimiento de pertenencia en la sociedad. No se trata de satisfacer un estándar de corrección política, sino de construir un mundo diferente, en el que cada quien pueda elegir y participar en libertad y en igualdad.

  • Arturo Zaldívar
  • Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación / Escribe cada 15 días (martes) su columna "Los derechos hoy" en Milenio Diario
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