El placer nos ha abandonado. La placidez de contemplar, atraer a nosotros la delicia de mirar y llevarnos ese regalo inmaterial que se guarda en la memoria. Escuchar música con atención, sentirla, no para aturdirnos y perturbar el entorno, sino con esa dejadez que entrega el alma y el tiempo. Esos espacios están vetados, señalados, porque esta sociedad se degüella a sí misma con cada nueva ideología, desde la hiper productividad hasta el activismo.
El arte y cada momento recreativo están obligados, como un requerimiento social para ser validada como moralmente correcta, a ejercer algún tipo de activismo. La jerga curatorial ya es de uso corriente en estos casos, y nos explican con detalle demagógico en qué son activistas. Es una invasión ideológica que contamina todo lo que experimentamos y vivimos. En los restaurantes nos aclaran que tiene café de cultivo responsable, porque son activistas ecológicos. La ropa es de algodón orgánico y hay ropa de materiales reciclados porque el petróleo es nefasto según ellos.
Lo más afectado es el arte, los artistas VIP (video, instalación, performance) encontraron aquí la gran coartada para llamar a cualquier cosa arte mientras sea activismo social, así que levantar una encuesta es arte, llevar el camión de “compro usado” es arte, cada gesto, cada performance absurdo es arte porque es activismo en favor de alguna causa social de moda. La presión es tan fuerte, que incluso los artistas que sí hacen arte verdadero, que pintan, dibujan, hacen gráfica, escultura, tienen, literalmente, que justificar su trabajo diciendo que también es activismo social.
Dibujar un paisaje urbano ya no es por placer, es activismo porque están desapareciendo ciertos edificios, ¿por qué no decir que causa placer dibujar esos lugares, que son bellos y desean inmortalizarlos en un dibujo? Porque entonces es arte por el arte, por placer, por el privilegio de realizar un bello dibujo. Eso es condenable. La sociedad de la corrección política salta desde su tribunal y señala al culpable, le reclama cómo puede dibujar por placer si hay cambio climático, guerra en Sierra Leona, crisis económica, presos políticos y una lista interminable que los convierte en paladines de la justicia impartida desde las redes sociales.
Los que amamos la contemplación también somos señalados, nos reclaman para qué leer a los Clásicos si nuestra realidad es diferente, ahí está la mesa de novedades con libros premiados que hablan sobre los mismos asuntos del arte contemporáneo VIP, y más aún, la tonelada de libros de autores salvadores de vidas que desde su ignorancia lanzan teorías psicológicas para gente de todas las edades, el activismo de la “afirmación personal”. El activismo es bandera y profesión, la gente que lo ejerce dice “soy activista” y eso se supone que significa algo, lo dicen con una arrogancia como quien se presente como “salvador del mundo”, héroes de la vacua causa de la masa que postea con pobre ortografía sus repetitivas opiniones.