Hubo una vez reyes orgullosos de sus deformidades causadas por la nobleza de sangre, siglos de matrimonies consanguíneos de linajes purificados. Hasta que llegó la modernidad, encarnada en una pantalla, y les exigió ser más mediáticos. Los reyes y su ya democratizada su estirpe, razonaron que su poder mermaba sin la protección de los ejércitos de las redes sociales. Todo comenzó con una bipolar princesa británica que con sus vestidos de Versace y sus bronceado de plancha se llamó la “princesa del pueblo”, Diana sabía dar el posado para los fotógrafos, fue carne de tabloide. Antes de su mediática muerte hizo su ultimo photo shooting realizado por Patrick Demarchelier, uno de los fotógrafos favoritos de Vogue. Su sonrisa de “ya salí de la depresión y del divorcio”, conseguía la tan difícil naturalidad que exige el artificio para ser perfecto.
Los Reyes de España Felipe VI y Letizia realizaron su propio posado fashionista. Contrataron a la fotógrafa Annie Leibovitz, que posee ese toque capaz de presentar hasta a la nulidad de Zelinski como alguien importante. Entre los retratos más bellos de la Historia del Arte están los de la Casa Real Española. Velázquez les dio la inmortalidad que los dioses han detentado. Las Meninas con la Infanta Margarita al centro o el retrato de Felipe IV, orgulloso prognata a caballo, son la síntesis del poder y la trascendencia. Goya los retrató como su biógrafo, se metió en su alma y su miseria.
Leibovitz sometida a las limitaciones de la tecnología, los ubica en el Salón Gasparini, un fondo sobre decorado, tal vez abrumada por la presencia de la realidad, en un género en donde la realidad no existe. No es pintura, entonces el testimonio superará a la invención, a la narrativa. La misión de las pinturas reales es mitificar a los retratados, dar noción de cómo son, pero, sobre todo, cómo los deben admirar, amar o temer.
Felipe con su uniforme militar de Jefe de las Fuerzas Armadas, estático, con la mirada un poco perdida, es un error de las democracias políticamente inclusivas. El uniforme fuera de la acción de la guerra es un ornamento. Lleva medallas y condecoraciones, que enaltecen su posición como soldado, ser Rey de España exige disciplina militar. Sin embargo, en esa habitación es un muñeco encerrado en una lujosa vitrina de exhibición
El retrato de Letizia es la referencia clara al retrato de la Duquesa de Alba de Goya, hasta el dedo que señala el piso sobre el que posa, el vestido negro y la capa fucsia de Balenciaga, que en la Duquesa es una faja roja. Los comentaristas dicen que es glamoroso y parece una estrella de Hollywood, craso error. Parecer actriz y ser reina es una “virtud” de la sobrevalorada fama, casi le dicen que parece influencer. Con la ventana como fuente de luz en su espalda, no es de día, es parte de los efectos especiales. Las insignias de Letizia son sus cirugías y la corona es el Photoshop, que evidencia un gesto de débil vanidad.