Culturalmente comestible

Estado de México /

Los infantes entran a la cocina cargando bolsas de plástico en cada mano. De manera atrabancada jalan las sillas del comedor y se suben a ellas. Bruscamente arrojan sobre la mesa un grupo de elementos que ellos llaman “ingredientes”. En algunos casos estos aún se mueven entre tallos, hojas y raíces que también han sido dispuestos para el festín. El más grande de los críos proporciona al resto de sus compañeros varios trastes, moldes, cucharas y sartenes que sustrae de las gavetas, del mismo modo toma una jarra de plástico que llena con agua para poder lavar, limpiar o desinfectar los alimentos. Al cabo de varios minutos de estruendos, gritos, risas y expresiones de asombro, los adultos hacen su aparición y contemplan una escena, para ellos, dantesca. Sobre la mesa se encuentran plantas, tierra, piedras, gusanos y demás alimañas; algunas de estas flotan al interior de las ollas. Ante el cuestionamiento y repudio, los pequeños simplemente dicen que estaban jugando a la cocina.

A lo largo de la historia, la humanidad ha tenido la fascinación por clasificar sus alimentos, de tal forma que tenemos platillos cotidianos, de fin de semana, de celebración, de conmemoración, rituales y personales. Estos, a su vez, van a estar catalogados con base en el gusto, conocimiento y reconocimiento de los distintos grupos, territorios o países del planeta. Sin embargo, a pesar de la masificación de información, resultante de las redes sociales, aún es causa de asombro las tradiciones culinarias de países distantes. A este hecho le podemos sumar las preferencias personales, que complejizan aún más el poder homologar el gusto.

Para la filósofa Carolyn Korsmeyer, el sentido del gusto resulta fascinante desde varias aristas. Visto desde lo alimentario, el gusto pasó de ser una herramienta de supervivencia a un elemento de diferenciación entre estratos sociales, culturas o memoria de los individuos. En su obra El sentido del gusto. Comida, estética y filosofía, explica cómo el agrado o repulsión por ciertos productos respeta las normas morales y sociales de cada persona. Pero, ante reclasificaciones o cambios en las normas morales de la dieta, por ejemplo, el consumo de carne “exóticas” o inclinación por un sabor específico, las brechas generacionales se ahondan. Esto da como resultado nuevos alimentos, mayormente industrializados, más dulces, ácidos, salados, picantes, etcétera.

El gusto es, tanto para la autora antes citada como para este espacio, un ente poco analizado, el cual debe ser no solo estudiado sino puesto a prueba. En un enfoque personal, a través del gusto también se puede hacer historia, ya que su evolución puede ir de la mano con la accesibilidad a los nutrientes, especias, agua, estereotipos sociales, la ciencia médica y la higiene. Y de esta manera, en un futuro, explicar cómo pasamos de hamburguesas y refrescos al consumo de plantas e insectos. 


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