Hora de decidir. ¿Desde dónde y para qué?

Ciudad de México /
El próximo gobierno debe estar preparado para el eventual regreso del republicano. EFE

El próximo domingo decidiremos en conjunto sobre la conducción del país en un momento marcado por tres desafíos enormes y una oportunidad extraordinaria para darle un empujón fuerte a nuestra salida de la pobreza. Los tres retos son: la crisis de inseguridad y violencia, la crisis climática y el posible regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. La oportunidad tiene que ver con la relocalización de la inversión a nivel internacional y las posibilidades enormes que esta nos abre para atraer grandes flujos de inversión, crear empleo productivo y bien remunerado y detonar, con ellos, crecimiento económico dinámico e incluyente.

¿Cuál persona de las tres que compiten por ocupar la Presidencia cuenta con los mejores atributos para lidiar con esos tres retos mayúsculos y para aprovechar al máximo las oportunidades que nos abre el nearshoring? Y ¿cuál es la distribución de poder que mejor nos equipara para lidiar con estas coordenadas específicas? Esas son las preguntas. 

Como bien decía Henry Kissinger, el buen liderazgo es siempre contextual. No hay líder por carismático o virtuoso que sea que resulte idóneo para cualquier tiempo o espacio. De Gaulle le resultó muy bien a la Francia de la segunda posguerra, pero imaginémoslo aquí hoy, ¿qué tan bien lo haría? O dicho más sencillamente, no es lo mismo timonear un barco en mar tranquilo que en aguas turbulentas. 

Lo mismo podríamos decir de las instituciones políticas y de la distribución de poder entre diferentes grupos o partidos. Las sociedades son organismos singularísimos, vivos y cambiantes, cuyo gobierno efectivo requiere personas, arreglos institucionales y grados de concentración/dispersión del poder político distintos en diferentes momentos en el tiempo.

Gracias al conflicto entre Estados Unidos y China, hoy tenemos una oportunidad muy poco frecuente para atraer flujos inusualmente grandes de inversión y traducirlos en desarrollo y bienestar para millones de mexicanas y mexicanos. Contamos ya con algunos elementos clave para lograrlo tales como el tratado con Estados Unidos y Canadá y la estabilidad macroeconómica. Pero, para que no nos pase como con el TLC y lograr que esta vez el posible torrente de inversión beneficie a todo el país y a toda la población, nos faltan muchas cosas. Entre otras, seguir combinando la mejoría de las condiciones salariales y laborales con las certezas básicas que demanda la inversión privada, así como encontrar la manera de incrementar la oferta de energía, seguridad e infraestructura y la forma de incluir en el salto hacia adelante al sur al país.

Como si todo ello no bastara, el próximo gobierno también tendrá que hacerse cargo de tres desafíos mayúsculos. La crisis de inseguridad y violencia que, a pesar de fórmulas diversas en tres sexenios sucesivos, no hemos logrado remontar. La crisis climática en plena agudización y, por tanto, con efectos difíciles de predecir, muchos de ellos potencialmente devastadores, en especial para la población con mayores carencias. Y, para acabarla, un posible triunfo de Trump en las presidenciales de Estados Unidos, retador para cualquier persona que ocupe la Presidencia mexicana, especialmente si es mujer.

Para encarar con éxito este acertijo complejo requerimos al frente del Ejecutivo federal a una persona que combine temple y firmeza; competencia técnica y capacidad para consensuar y delegar, así como imaginación y flexibilidad. Temple para no desmoronarse frente a presiones gigantescas y sucesos fuera de su control que habrá de enfrentar. Competencia para gobernar con recursos limitados y una gran diversidad de intereses y necesidades que atender. Imaginación para abrir horizontes y, también, flexibilidad, pues sin ella gobernar México es prácticamente imposible. 

En lo que hace a la distribución del poder, en el momento presente, a México no le conviene ni el poder totalmente concentrado ni un gobierno dividido y paralizado. Para aprovechar el nearshoring y convertirlo en palanca efectiva de crecimiento fuerte e incluyente necesitamos un gobierno ágil, así como capaz de seguir impulsando el mejoramiento de las condiciones salariales de las grandes mayorías y ofreciéndole certezas básicas a los inversionistas privados, en simultáneo. Pienso que la mejor combinación para lograr todo ello a nivel federal sería una Presidencia con apoyo mayoritario claro y un Congreso en el que el partido del gobierno no pueda arrasar y en el que la oposición cuente con presencia importante, pero no tan grande como para bloquear la acción del gobierno federal en favor de las mayorías. 

El 2 de junio cada quien decidirá en la soledad de su casilla con base en sus valores, sus intereses, sus filias y sus fobias. De la suma de todas esas decisiones dependerá si logramos o no armar un gobierno capaz de lidiar eficaz y responsablemente con la muy particular combinación de desafíos y oportunidades que tenemos delante.

Ojalá lo logremos. Hay muchas vidas y mucho del futuro en juego.


  • Blanca Heredia
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