Un reloj, el mundo en un jardín, un tequila para el alma. Un boleto de avión, la concentración en un círculo; una caja de zapatos, el aire del ventilador, un auto y el ánima del pasado que plasma nuestro presente. Por favor, una hamaca para descansar y meditar las líneas de pensamiento por el arte en el que Gabriel Orozco invita a entrar en su laberinto. El Museo Jumex es con él una caja de resonancia: una simple mesa de trabajo donde el artista deposita objetos de disciplina creativa. Retrospectiva que exige silencio porque la tierra, la naturaleza y sus causas son el motivo de las pasiones sobre organismos vivos, muertos, secos, inertes que resucitan a través del artista. ¡Plato servido!
No comprendí las intenciones de Gabriel cuando vi su obra en el Museo Tamayo, en el año 2000. El tiempo es cruel y nos devuelve la ignorancia. Hoy, en el Jumex, los cráneos esculpidos, la pintura, el puente que une las secciones del bosque de Chapultepec, la ballena cincelada, intervenida, insertada como objeto artístico, ecológico y símbolo de la defensa del medio ambiente hacen pensar en el audaz polímata que desnuda sus conocimientos, habilidades mentales y manuales para encontrar en la ciencia y el humanismo el camino para la redención de los seres…
Una conciencia abierta no siempre te lleva a la comprensión de las cosas, más cuando se trata de entender con el alma y el espíritu al arte en profundidad. No basta con ser estudioso, también se necesita de sensibilidad pura, no contaminada de ideas. El universo Orozco exige más que una simple observación cerebral. La intuición es el mejor camino ante la incomprensión. Si no cruzamos ese camino, el rechazo es sin duda resultado de una forma de mente cuadrada. No te tiene que gustar Orozco para aun así reconocerle su capacidad artística, reflexiva, abierta, con alas, sin asideros. Acude con ironía al encuentro y feliz reencuentro con tu existencia.
El final de la exposición es un video que expresa cabalmente el respeto con risas de lo que es capaz Gabriel Orozco. Una respuesta creativa a sus denostadores, un juego de espejos para sanar, un sentido crítico con ganas de darnos la mano.
Imperdible, el planeta en el intelecto sensorial de Orozco.