La posibilidad de tener facultades sobrehumanas ha sido una de las obsesiones más notorias en la de por sí maniática vida humana. Desde los anales de la mitología se puede apreciar el panorama sobre el deseo de alcanzar la calidad de dioses o, de menos, semidioses con las consabidas competencias y beneficios.
En la versión posmoderna de los superhéroes, se hace viable adquirir dichos poderes por la vía de los anhelos o al menos desde el papel de espectadores que admiran la facultad de volar, transparentarse o contar con fuerza sobrehumana.
Ahora que, si de héroes actuales hablamos, nada como el deporte para ensalzar virtudes y ocultar vicios, y de paso poner a babear a las parvularias conciencias con el deseo de algún día protagonizar los lances de sus adonis 2.0.
Y qué decir de las bajas pasiones y superiores anhelos de contar con la suerte y atributos de las estrellas de la farándula. Aunque, desde luego, tanto la actividad física de alta proyección como el show bisnes se valen del halo financiero para resultar tan atractivos, más allá de su poderío en otros campos.
En lo personal, si pudiera contar con algún superpoder no tendría que ver con alguno de esos entornos, sino con algo un poco más extravagante, como viajar en el tiempo. Más que al futuro (cuya sola idea no es en absoluto despreciable), hacia el pasado.
Un poco para ahondar en el chisme de los hechos, comprobar la veleidad de algunas narrativas que se nos han contado y, particularmente, contar con la dicha (o desdicha) de conocer de primera mano a esos seres de carne y hueso a los que el fervor público ha elevado a la categoría de símbolos.
Francisco Martín Moreno cuenta en Arrebatos carnales las peripecias de algunos personajes de la historia nacional, quienes desprovistos del culto a la personalidad y de la celotipia con la que se guardan sus memorias, son retratados como los seres de carne y hueso que fueron.
Sería fantástico encontrarse con el tiempo y el espacio de quienes hicieron el mundo. Y decidir la época y la permanencia, adelantar o retrasar, como si se tratara de una película, para no perder detalle alguno. La idea no es nueva en absoluto, está en el imaginario colectivo desde hace mucho.
Y pulula en la ficción del celuloide, tan proclive a dar vida a los deseos más inalcanzables. Así, la cultura pop del séptimo arte es pródiga en ejemplos: Medianoche en París, El día de la marmota, Terminator o Volver al futuro, por citar algunos.
Desde luego, ese poder conlleva, parafraseando a Roosevelt, una gran responsabilidad, la de usarlo con juicio. Y riesgos, como la ocurrencia de hacer observación participante, trastocar el curso del relato y mandar al averno todo lo que se conoce.