Ahora ha quedado claro lo que desde hace mucho tiempo, antes que gobernara Morena el país, los políticos mexicanos ya querían: más prisión preventiva.
Hay una lógica detrás de esto: en la medida que policías, pero sobre todo fiscalías, no hacen su trabajo en cualquier proceso para llevarlo ante un juez y se decida después de que cada parte ejerza sus derechos, la solución es meter a la cárcel a aquellos que se les cree responsables de algún delito sin averiguar mucho más. Buen incentivo para plantar una bolsita con droga o que le “encontraron” un arma al detenido o acusarlo de un delito “grave”, aunque la evidencia diga que no lo fue. Llevamos años con esto. La prisión preventiva oficiosa no es más que una confesión de parte del Estado mexicano que su sistema de procuración de justicia, el que debería ser, el que las organizaciones internacionales marcan, no funciona; y por eso hay que encontrar otras salidas. Meter a la mayoría posible a prisión.
A nadie sorprende que los gobernadores sean fans de la medida, ni que en las encuestas el resultado sea que una mayoría de la población está a favor de meter gente a prisión; en un país con los problemas de seguridad y violencia que tenemos la narrativa sencillita, por cruel que sea, se impone. El fenómeno Bukele no es una casualidad y sí, es popular.
Es importante recordar que esto es solo un cuento, una narrativa.
Hace muchos años que en el país existe la prisión preventiva oficiosa, aunque en menos delitos que los que ha acumulado el morenismo, y su efecto real en los niveles de seguridad y violencia no se notan. Aunque alguien argumentará que sin eso serían peores, es decir, peor infierno.
En los hechos, la nueva reforma, que suma nuevos delitos a la de por sí larga lista, contradice de frente otro principio constitucional, el de la presunción de inocencia. Pero a quién le importa.
A esto hay que sumar el lío que será el nuevo Poder Judicial durante su transición y después de ella.
Más gente en prisión sin juicio, menos recursos para esas prisiones, los más vulnerables son a los que peor les va en estos procesos que tardan años, muchos años.
A eso le llaman humanismo mexicano.
Tal vez sería hora de cambiarle el nombre al movimiento.