Como sucede cada vez que muere un papa, ya se han desatado cualquier cantidad de especulaciones sobre quién lo sustituirá y sobre todo, de qué grupo saldrá su reemplazo. Es decir, de aquellos que llevan años enojados porque vieron a Francisco como un progresista que afectaba a la verdadera iglesia y a la religión que representa o aquellos que no lo vieron como alguien que hizo lo necesario para cambiarla y cambiar el mensaje que llega a tantos y tantos millones en todo el mundo.
El viernes pasado, en estas páginas me refería al recién publicado libro de Javier Cercas, una joya de exploración del papa, la Iglesia, sus problemas y sus retos.
Vuelvo a Cercas para tratar de entender como al final de cuentas, el papa, los papas, son solo un personaje pasajero en una institución. La más añeja y resistente, por lo tanto, tampoco importa mucho quién sea el nuevo papa.
“El secreto de Bergoglio es que no tiene ningún secreto; el secreto de Bergoglio es que es un hombre normal y corriente. Cierto: existe de entrada en Bergoglio una duplicidad fundamental, una falla profunda, un desajuste íntimo; de uno u otro modo, esa duplicidad existe en todos o casi todos los seres humanos (equivale a la distancia que media entre el yo social y el yo personal), pero en Bergoglio es más acusada. El responsable de ella, sin embargo, no es Bergoglio, o no del todo: el principal responsable es la papolatría, el culto a la personalidad que casi inevitablemente rodea al Papa, presentándolo como un titán, como un dechado de virtudes incompatible con la humanidad del Bergoglio real. (Casi inevitablemente, digo: para millones de católicos que consideran al papa el vicario de Cristo en la Tierra, no debe de ser fácil negarse a rendir culto a su personalidad)”.
“Lo excepcional no es el Papa —escribe Cercas— lo excepcional es la Iglesia católica; es decir, la promesa de la Iglesia católica; es decir, la promesa de Cristo: el augurio radiante del amor ilimitado, de la resurrección de la carne y la vida eterna. Han caído todos los poderes, todos los soberanos, todos los reinos y todos los imperios; pero, después de dos mil años de Historia, la Iglesia católica sigue en pie: esa promesa ha demostrado ser indestructible, más poderosa que todos los ejércitos juntos. Si yo creyera en los milagros, creería que es un milagro.”