En siete días, el próximo martes es la elección en Estados Unidos.
El día de la elección es más un nombre que, a diferencia de como lo hacemos en México o en muchas partes del mundo, la jornada en que todos los ciudadanos van a un centro de votación y votan en una urna, física o electrónica. Cada vez más ciudadanos en EU votan antes de “el día” o por voto enviado por correo.
Esto quiere decir que en una elección tan apretada como la que se espera el próximo martes, es muy posible que nos vayamos a dormir sin tener claro quién ganó. Además, las mentiras de Trump sobre el falso fraude electoral hace cuatro años ha generado que en muchos municipios y estados republicanos quieran forzar recuentos porque están convencidos de que los demócratas se quieren robar la elección.
Recordemos además que en la tradición estadunidense son los medios de comunicación, que invierten muchos recursos en encuestas de salida y análisis de resultados tempraneros, los que “declaran” ganadores. Hace cuatro años, por ejemplo, cuando ya tarde Fox News, la cadena conservadora, declaró a Biden ganador, quedaba claro que Trump había perdido.
A partir del martes las cosas pueden ser mucho peor de lo vivido hace cuatro años, aunque parezca imposible después de aquel enero de toma del Congreso.
Si horas o días después del cierre de las casillas se declara ganadora a Kamala Harris, la furia del trumpismo, que ha construido en los años recientes un ejército de voluntarios convencidos de que el sistema de votación está intervenido por las fuerzas oscuras, no será sencillo de frenar. Las advertencias se han repetido una y otra vez por parte de funcionarios de la campaña y del mismo Trump y su candidato a la vicepresidencia. Serán semanas, tal vez meses muy complicados en Estados Unidos. Si gana Trump, para el mundo serán aún peores.
Hay quien todavía cree que pese a todas esas barbaridades que ha dicho en campaña, ya llegando a la Casa Blanca será de otra manera —me temo que eso piensan varios en el gabinete mexicano—, pero no hay manera. En 2016 ganó un candidato del que se sabía poco, que fue como la novedad frente a un apellido desgastado: Clinton.
Ocho años después, Trump es dueño del partido y líder real de millones que odian a los migrantes y el libre comercio y las instituciones que, les ha dicho Trump cientos de veces, han destruido desde dentro a su país.