Y sí, las cosas siempre pueden ponerse peor

Ciudad de México /

William Neuman, quien fuera el corresponsal jefe de The New York Times en Venezuela los últimos años de Hugo Chávez y los primeros de Nicolás Maduro, escribió un libro sobre aquellos años que se titula Las cosas nunca son tan malas que no puedan empeorar.

Neuman relata cómo la democracia venezolana antes de Chávez ya era una especie de “cuarto vacío” sin contenido, pero que después de Chávez, y peor con Maduro, las cosas se pusieron peor. Neuman es preciso en esa descomposición no solo en lo institucional, sino en lo social.

Este párrafo sobre sus primeros días en Venezuela me parece que describe, pero también anticipa, lo complicado que será cualquier solución a lo que hoy se vive allá:

“Pro-Chávez contra anti-Chávez. Pobres versus acomodados. Camiseta roja frente a cualquier camiseta de cualquier otro color. Estabas a favor o en contra. De un lado o del otro. La división era obvia dondequiera que iba y en casi todas las conversaciones que tenía. En entrevistas con personas pobres que hacen cola en una tienda del gobierno para comprar alimentos subsidiados. En conversaciones con gente rica durante las cenas servidas por las criadas en las casas de lujo. En entrevistas, en mítines a favor del gobierno y manifestaciones contra el gobierno. La gente hablaba entre sí, unos sobre otros; estaban llenos de ira e incomprensión; habían renunciado a tratar de entenderse. Estaban frustrados y enojados, y cuando hablaban de ello, las palabras solían salir a todo volumen.

“Las causas de la división eran históricas, pero la brecha con Chávez se profundizó. Lo había extraído y fomentado hasta que se convirtió en parte del paisaje, algo que la gente daba por sentado. Pensé en Venezuela como el país de los gritos. Los venezolanos eran como dos grupos de personas enfrentadas en lados opuestos de una calle, gritando a todo pulmón: insultos, argumentos, consignas. Y cada uno de ellos gritaba tan fuerte, y con tanta intensidad, que no podían escuchar lo que gritaba la gente del otro lado de la calle. Mientras tanto, la calle en sí era una ruina, llena de baches, escombros y basura. Y a nadie le importó. Lo único que querían hacer era seguir gritándose unos a otros. Tal vez, una vez, hace mucho tiempo, alguien había gritado sobre el mal estado de la calle: que había que hacer algo para arreglarlo, tal vez incluso que debían trabajar juntos para conseguirlo. Pero a estas alturas la calle ya no era el punto. Los gritos eran el punto”.

Esos gritos son cada vez peores.


  • Carlos Puig
  • carlos.puig@milenio.com
  • Periodista. Milenio TV, Milenio Diario y digital, de lunes a viernes. Escucho asicomosuena.mx todo el tiempo.
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