El 14 de febrero es el día de san Valentín, un médico convertido en sacerdote que vivió en el siglo III en Roma. En ese entonces, los soldados de las legiones tenían prohibido contraer matrimonio por orden del emperador Marco Aurelio Claudio. El emperador entendió que un guerrero sin lazos de familia sería más útil pues tendría menos miedo en arriesgar la vida. San Valentín de Roma, contra esa ley, celebraba bodas entre los soldados: privilegiaba el amor. Así dice la leyenda, pues la propia existencia del santo ha sido puesta en duda —hay once santos católicos llamados Valentín— por lo que la propia Iglesia lo sacó del calendario litúrgico tras el Concilio Vaticano Segundo, en el siglo XX. El martirologio, comoquiera, afirma que Valentín fue martirizado en Roma, en Villa Flaminia, junto al puente Milvio, sobre el río Tíber, el 14 de febrero. Y el misal añade que el martirio ocurrió en el año 270.
En 496, el papa Gelasio estableció que el 14 de febrero sería celebrado el día de san Valentín. Buscaba absorber una práctica de los paganos, el festival llamado Lupercalia, que tenía lugar un mes antes del inicio de la primavera (ante diem XV Kalendas Martias). La gente participaba en ese ritual con gritos y bailes obscenos, a menudo desnuda. Celebraba la fecundidad. Era el periodo del inicio de la siembra, había que pedir la bendición de los dioses para que fuera un año fértil. La Iglesia desaprobó ese ritual, pero no lo prohibió, lo alineó al cristianismo por medio de la figura de san Valentín. El recuerdo de ese santo empezó a ser asociado con la idea del amor y la amistad.
El amor, la amistad. Las dos son pasiones raras, muy raras, decía Octavio Paz. Raras y controvertidas. Hay quien las ve como sentimientos complementarios y quien las ve, más bien, como sentimientos opuestos. El amor es a menudo resultado de un flechazo; la amistad es el fruto de una relación más prolongada. El amor puede no ser correspondido; la amistad es siempre recíproca. El amor quema con el fuego; la amistad da calor. El amor es subversivo; la amistad, en cambio, es solidaria con la sociedad. La amistad es siempre voluntaria; el amor, en cambio, puede ser involuntario, como a menudo lo es en la tradición literaria de Occidente. Tristán no quería enamorarse de Isolda, la prometida de su señor; Romeo no quería enamorarse de Julieta, la hija de los enemigos de su familia, los Capuletos.
El amor es irresistible. “No hay disfraz que pueda largo tiempo ocultar el amor donde lo hay, ni fingirlo donde no lo hay”, decía François de La Rochefoucauld. “El amor aborrece todo lo que no es amor”, agregaba Honoré de Balzac. La amistad, en cambio, es apacible. “Es un calor parejo y universal, templado y a la medida… un calor constante y tranquilo”, escribió Michel de Montaigne, amigo del alma de Etienne de La Boétie. Pero el amor también puede ser objeto de burla. “Es como una ópera: uno se aburre, pero siempre regresa”, dijo por ejemplo Gustave Flaubert. Y la amistad, en cambio, puede ser idealizada. “Es la cosa más necesaria de la vida”, afirmó Aristóteles. William Shakespeare puso los dos sentimientos en la balanza. “La amistad es constante en todas las cosas”, dijo, “salvo en los negocios del amor”.