Shoah

Ciudad de México /

En días como estos, hace ochenta años, el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau fue liberado por el Ejército Rojo. Los nazis habían tenido que evacuar la provincia de Silesia, al suroeste de Polonia. Habrían querido desaparecer todo vestigio del campo de la muerte, como lo hacían siempre (el de Sobibor, por ejemplo, fue destruido y arrasado por completo, la tierra de nuevo arada y cultivada, y plantada con pinos que forman hoy un bosque). Pero no hubo tiempo. Habrían querido, también, aniquilar a todos los prisioneros del campo, como lo hacían siempre (en Treblinka, los últimos prisioneros, cerca de setecientos, fueron ejecutados uno a uno días antes de la llegada de los soviéticos). Pero recibieron la orden de transferir a aquellos que pudieran trabajar a los campos de concentración de Buchenwald y Mauthausen. Solo permanecieron los enfermos y los moribundos, que no pudieron ser exterminados por la velocidad del avance de los rusos, que puso a los alemanes en fuga. “La primera patrulla rusa llegó a vista del campo hacia el mediodía del 27 de enero de 1945”, escribió uno de esos sobrevivientes de Auschwitz, un italiano de origen judío llamado Primo Levi. “Eran cuatro jóvenes soldados a caballo, que avanzaban cautelosamente, con sus ametralladoras, por el camino que bordeaba el campo. Cuando llegaron a la alambrada, se quedaron observando, intercambiando breves y tímidas palabras, y dirigiendo miradas extrañamente avergonzadas a los cadáveres descompuestos, los barracones destrozados y los pocos que quedábamos vivos”. Esos jóvenes soldados rusos no saludaban, no sonreían, parecían oprimidos por la vergüenza.

Los judíos utilizan el término shoah, que en hebreo significa catástrofe, para referirse al holocausto, a la aniquilación de los judíos de Europa por los nazis que tomaron el poder en Alemania. Millones murieron. Algunos sobrevivieron para contar la historia de aquella catástrofe. Entre ellos recuerdo los testimonios de Elie Wiesel, premio Nobel de la Paz; Viktor Frankl, autor de El hombre en busca de sentido; Simone Veil, ministra de la Salud en Francia, presidenta del Parlamento Europeo. La deportación seguía un patrón similar en todas partes. Primero el viaje en tren durante días y días, todos hacinados en vagones de carga, sin poder tomar agua. Ahí comenzaban los golpes y los gritos, algo tan insensato que provocaba estupor y miedo. No todos llegaron a su destino en esos trenes de ganado. En Shoah, el documental de Claude Lanzmann, hecho a partir de entrevistas con los sobrevivientes, algunos recuerdan que los judíos provenientes del oeste de Europa viajaban a veces en trenes de pasajeros, sin imaginar su suerte –¿quién podía imaginarla?– a tal grado que, en ocasiones, al llegar, las mujeres se maquillaban antes de salir de sus vagones.

Millones de judíos llegaron a los campos de todos los rincones de Europa. La mayoría murió. En el verano de 1944, cerca de medio millón de judíos procedentes de Hungría fueron exterminados en menos de tres meses en Auschwitz. Casi todos los que bajaban de los trenes eran seleccionados para morir, minutos después, en las cámaras de gas. Algunos sobrevivieron. Quedan con vida, hoy todavía, alrededor de mil que conocieron ese campo de exterminio.


  • Carlos Tello Díaz
  • Narrador, ensayista y cronista. Estudió Filosofía y Letras en el Balliol College de la Universidad de Oxford, y Relaciones Internacionales en el Trinity College de la Universidad de Cambridge. Ha sido investigador y profesor en las universidades de Cambridge (1998), Harvard (2000) y La Sorbona. Obtuvo el Egerton Prize 1979 y la Medalla Alonso de León al Mérito Histórico. Premio Mazatlán de Literatura 2016 por Porfirio Díaz, su vida y su tiempo / Escribe todos los miércoles jueves su columna Carta de viaje
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