El Fin del Mundo

  • Tiempos interesantes
  • César Romero

Ciudad de México /

¡Bienvenidos!, pásele, pásenle; al fondo hay lugar. Si todos vamos a caber en el infierno... Por los pinchazos ni se preocupe; ya son delito.

Finalmente, el apocalipsis sucedió. La Democracia ha muerto, mírenla, pobrecita. ¡Tan jovencita! La República también dejó de existir; sobre sus escombros se levantará el gran monumento a la Tiranía. A la División de Poderes, el Armagedón le estalló en plena cara. De la Independencia del Poder Judicial no quedaron ni unos huesitos para llorarle. Chinche Peje.

Tranquilos. Tranquilos.... Todo fue una pesadilla. Despertamos el 2 de junio y Trump sigue ahí. México sigue siendo una nación libre, soberana e independiente (ajá). Las primeras elecciones en "la historia del mundo mundial" (sic) ocurrieron sin mayores sorpresas. No hay resultados, pero ya todos sabemos quiénes ganaron: los de siempre.

Ni los doctores Krauze, Zedillo o Sheinbaum tuvieron razón. Ni fin del mundo, ni milagro salvador. El Plan C de Andrés Manuel López Obrador para seguir conduciendo la narrativa política mexicana sigue vivo. Como muchas cosas en este país, el movimiento de regresión nacional avanza hacia atrás. (sic).

Vayamos a lo básico. A lo largo de los siglos ¿cuándo ha sido México una República verdadera? Entre el Tlatoani y la Presidencia Imperial ha transcurrido casi toda nuestra historia. ¿Democracia? ¿desde cuándo? Acaso tres décadas, quizá un poco menos.

¿División de poderes? ¿Independencia judicial? ¿En serio? ¿Cuándo? ¿Acaso desde --diciembre 21 de 2022-- que fracasó la imposición de la ministra plagiaria en la presidencia de la Suprema Corte? (Ojo, ahí viene su venganza).

Como dijera aquel, "no nos hagamos bolas": la condición hegemónica y vertical del sistema político mexicano ha sido la regla, no la excepción. Aunque en el papel se diga otra cosa, en los hechos El Poder Ejecutivo ha estado casi permanentemente por encima de los otros dos.

Seamos claros: ayer no murieron ni la democracia, ni la República, ni la división de poderes simple y sencillamente porque prácticamente nunca han estado vivas.

Quizás lo más relevante de todo este proceso electoral que tuvo su momento cumbre el día de ayer radica en --permítaseme la expresión, por favor-- "la perversidad" de pregonar que vendrá a solucionar el problema crónico de la justicia en nuestro país.

"Nido de ratas" decía, hace tres décadas, el encabezado de una pequeña nota de la revista Time sobre el sistema judicial de nuestro país. Pretender que el remplazo de personas a partir de una lógica claramente partidista --ahí queda la infame anécdota de los "acordeones"-- vendrá a purificar una larguísima tradición de corrupción y vicios de todo tipo no es ingenuidad, sino lo que le sigue.

Construir un verdadero Estado de Derecho en México sigue siendo una asignatura pendiente. La justicia llegará --if-- cuando construyamos una sólida cultura de valores y, también, estructuras de transparencia y rendición de cuentas. Lo de ayer fue simple gatopardismo.

Así pues, la Cuarta Transformación ha cambalacheado legitimidad por pragmatismo. Llegaron al poder con la fuerza de los votos y el corazón de mucha gente, ahora tienen votos y caras nuevas. A saber lo que vendrá después.

Menos mal que, como profetizaron algunos, el fin del mundo ya ocurrió. Y aquí seguimos.


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