'Anora'

Ciudad de México /

Quizá lo más sorprendente de que Anora arrasara con las categorías más importantes de los Oscar no fue tanto que una película independiente de relativo bajo presupuesto se impusiera a las demás, sino una con temática y tratamiento tan poco convencionales dentro del actual clima cultural y del entretenimiento. Anora cuenta la historia de Ani (diminutivo de Anora), una stripper y trabajadora sexual en un club llamado Rosewood (situado en Nueva York) que atiende a Vanya, el hijo de un oligarca ruso con dinero para aventar para arriba, quien contrata sus servicios de manera exclusiva hasta que en un arrebato juvenil le pide que se case con él en Las Vegas. Poco tiempo después entra en juego la realidad familiar de Vanya, pues sus adinerados padres obviamente no consienten el matrimonio, y la trama se precipita hacia una comedia de enredos bastante dark, que sin embargo jamás renuncia al registro humorístico-paródico en favor de un registro dramático puro y duro.

Desde la primera escena donde se sigue una noche cualquiera de Ani en su lugar de trabajo, al tiempo que se exhibe el patetismo de sus distintos clientes (me recordó a un cuento de Somerset Maugham donde tras describir la desolación de una zona de prostíbulos, me parece que en Hawái, remata diciendo: “El deseo es triste”), la película de Sean Baker se aleja de presentar a Ani como víctima (lo cual no quiere decir que no lo sea, sino que no es el enfoque elegido por la película para narrar la historia). Cuestión que también se consigue gracias a la fiera actuación de Mikey Madison como Ani, cuyo carácter altivo resulta intimidante incluso para los matones rusos enviados por el padre de Vanya para resguardarlos mientras llega el patriarca. 

Y ahí reside en mi opinión el carácter más singular de Anora, y más en un contexto cultural como el actual, pues a la ya de por sí audaz decisión de realizar una película con dicha temática, se suma la decisión de contar la historia sin procurar inducir una visión moralizante en los espectadores. Pues quizá se asume que el público que vea la película será capaz de extraer sus propias conclusiones y opiniones, sin necesidad de una narrativa efectista que se centrara exclusivamente en el sufrimiento de Ani. Al grado de que el joven ruso que técnicamente desempeña al menos en parte un papel de villano no resulta antipático hasta ya bien entrado el filme, pues durante la primera parte de la película se contagia al menos en parte lo que se plantea como una especie de atracción romántica juvenil, incluso cuando sabemos que está mediada por un acuerdo monetario, con todas las respectivas implicaciones que ello conlleva para ambos protagonistas. 

Por lo que sin que Anora sea en mi opinión una gran película, lo que sí hace es recordar un poco que el papel de la ficción no consiste necesariamente en analizar distintos fragmentos de la realidad, ni en educar al público sobre qué debe pensar o sentir al respecto, pues para ello existen quizá géneros más propicios como el académico, el periodístico o el documental, que pueden presentar los hechos de manera objetiva, o incluso estadística. Y que más bien su gran poder consiste en contarnos historias y contextos particulares con los que podemos conectar, empatizar, y que incluso si como sucede mucho actualmente ofendieran nuestra sensibilidad, nos acercan a conocer otras realidades no tanto del mundo como quisiéramos que fuera, sino más próximo a como verdaderamente es. 


  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
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