Cuando lo 'cool' No es tan 'cool'

Ciudad de México /

Al comienzo de la película clásica de la saga de James Bond, Octopussy, el agente 007, interpretado por Roger Moore, irrumpe en una especie de celebración aeronáutica cubana, en donde está presente una versión ligeramente caricaturizada de Fidel Castro. Tras disfrazarse de militar cubano e intentar sabotear sus comunicaciones es apresado por el ejército local y conducido en un vehículo custodiado, hasta que una guapa chica Bond se les empareja en otro auto y empieza a seducir a los militares cubanos levantándose la falda. Cuando estos se distraen, embobados por sus encantos, Bond aprovecha para eliminarlos y luego hace un escape espectacular en un avión escondido en una especie de remolque, no sin antes guiar a un misil a destruir la base militar. Finalmente, se le termina la gasolina y se detiene a llenar el tanque en una pequeña gasolinera. Después la película se traslada a Berlín oriental y no vuelve a suceder ni mencionarse nada relacionado con el episodio cubano, con lo cual queda simplemente como una viñeta con tintes algo cómicos de propaganda anticomunista.

Este ejemplo de “poder suave” nos puede parecer nostálgico a cuarenta años de distancia, y debido a los cambios culturales el propio James Bond ya difícilmente sería utilizado como un referente cool para combatir a las fuerzas del mal en el nombre de la libertad. Pero, como explica la filósofa eslovena Renata Salecl en El placer de la transgresión, el atractivo político de lo cool se encuentra presente incluso en actuales métodos de reclutamiento para algo tan radical como es el extremismo islámico: “En lugar de largos discursos monótonos como los que Al Qaeda dirigía al público, aquí hay breves videos que recuerdan las películas de Hollywood y los videojuegos (…) Quienes estudian a los jóvenes reclutas del Estado Islámico de Occidente hablan de un fenómeno que llaman jihad cool, en el cual puede observarse una identificación con el grupo y sus insignias parecida a la de los jóvenes que siguen a determinadas bandas”. Es decir que el poder suave que pudiera parecer por momentos hasta ingenuo, determina en la actualidad un papel tan relevante como en la época de oro de la propaganda de la guerra fría, sólo que obviamente adaptado a los actuales métodos de comunicación y circunstancias.

Y para no quedarse atrás, como en términos de política y espectáculo probablemente no haya país alguno como los Estados Unidos, en días recientes apareció la noticia de que el presidente que proviene de un reality show anunció como sus embajadores especiales para restaurar la grandeza de Hollywood nada menos que al padre de Angelina Jolie, Jon Voight, a Sylvester Stallone y a Mel Gibson. En un post más fantástico que cualquier película de Bond, se anunció que serán los encargados de hacer que Hollywood vuelva “más grande, mejor y más fuerte que nunca”, siendo los “ojos y oídos” del presidente, para traer nuevamente una época dorada en Hollywood. Lo que suena más a espionaje macartista que a cualquier otra cosa, con lo cual quizá la idea sea reciclar en pleno las listas negras de personas no aptas para actuar en las películas con las que Hollywood exporta el sueño americano al mundo entero. O quizá el plan secreto sea que Rambo y el sargento Riggs lideren una próxima invasión a Groenlandia o la recaptura del Canal de Panamá, para terminar de borrar de una vez por todas esa tenue línea que separa a la fantasía de la realidad, misma que en tiempo real y frente a nuestros ojos, se vuelve más y más delgada cada día.


  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
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