El jueves pasado debía tomar el autobús rumbo a León para participar en su feria del libro, la Fenal, a eso de las dos de la tarde y, a causa de una cita previa que se alargó, el tiempo se hizo muy justo y terminé empacando las cosas de último momento. Una vez allá, me di cuenta por la noche de que no llevaba el cargador del teléfono, que además como tiene descompuesta la clavija donde se insertan los cargadores normales, debe cargarse con un modelo en particular que lo carga conectando por detrás una especie de círculo magnético que se adhiere al teléfono. La idea de estar casi cuatro días sin teléfono (le quedaba ya muy poca pila) era impensable sobre todo laboralmente, así que a la mañana siguiente busqué una tienda especializada donde pudiera reponer el cargador olvidado.
Mi esposa me ayudó a pedir un viaje por aplicación y cuando bajé estaba ya estacionado el coche sobre la avenida, así que me subí. La conductora escuchaba cumbias y corridos a todo volumen y arrancó a gran velocidad sin decir nada una vez estuve arriba del auto. Venía cantando y bailando muy animada y cada tanto agarraba el teléfono para escuchar o dejar mensajes a amistades, o uno a su madre en donde le decía enfáticamente que no por ser su madre podía tratarla mal. Se saltaba los topes e iba rebasando en zigzag a los demás autos y pensé medio en broma que si teníamos algún percance no tendría forma de comunicarme, pues mi teléfono estaba sin pila.
En algún momento me preguntó si quería bajar la ventana por el calor y redujo un poco el volumen de la música para podernos escuchar. Me preguntó también si era de ahí y le dije que no, que de Ciudad de México y que estaba en León para participar en la Fenal. Me respondió que se veía que me gustaba leer, que ella era abogada y que le gustaba igualmente mucho la lectura. A la pregunta de qué leía me dijo que en ese momento leía literatura de AA, relacionada con los doce pasos y demás pues, prosiguió, se encontraba en un proceso de rehabilitación de drogas y alcohol. Me compartió que hacía no mucho había tocado fondo, en parte por una mala relación con un hombre que la había maltratado.
Le respondí con todo el respeto que pude que yo había pasado por un proceso similar hacía unos tres años y medio, y que en su momento me ayudó mucho un texto del antropólogo Gregory Bateson titulado “La cibernética del self. Una teoría del alcoholismo”, donde Bateson propone un paradigma para combatir las adicciones donde mezcla justamente la teoría de los doce pasos de AA con ideas provenientes de la cibernética, para explicar que donde normalmente fracasa la gente para superar la adicción es al entablar una especie de duelo con la botella, a la que debe derrotar mostrando que su voluntad es superior. En cambio, Bateson propone concebirse a uno mismo, a la adicción y a las situaciones y emociones que condujeron en primer lugar a tener un problema como parte de un sistema holístico y desde ahí buscar un cambio de paradigma personal, donde más que “derrotar” a la botella uno se reacomode en sus relaciones personales, forma de estar en el mundo y demás, de forma que no sea necesario recurrir a las sustancias para lidiar con aquello que parecería hacer intolerable la existencia sin ellas.
Ya detenidos fuera del centro comercial al que me dirigía, me pasó su celular para que le apuntara el dato y me dijo que iba a buscar el texto. Compré el cargador y mientras se cargaba ahí mismo el teléfono para poder pedir un viaje de vuelta al hotel, por un momento añoré seguir con el teléfono sin pila, por si ello hiciera más factible tener más encuentros de esta especie.