Mientras tomaba notas para escribir una columna sobre la relación del mundo contemporáneo con el concepto de verdad, y el poder de la metáfora literaria para continuar radiando sus verdades atemporales, que van cambiando y adaptándose al paso del tiempo, me apareció en la web una noticia sobre cómo el presidente de Estados Unidos replicó en sus redes sociales una teoría de que su predecesor había sido ejecutado a medio mandato, y reemplazado por un clon robótico. Lo cual implicaría, entre muchísimas otras cosas, que el actual presidente derrotó parcialmente a lo que sería una especie de robot defectuoso o mal programado. (Imaginemos a la cúpula del Partido Demócrata discutir airadamente sobre la incompetencia de un robot que parecería exhibir demencia senil, y la falla sería tan irreparable como para tener que reemplazarlo por una candidata de carne y hueso a media campaña electoral, o algo así tendría que haber sucedido tras bambalinas). Pero quizá lo notable no sea ya tanto que el presidente del país más poderoso del mundo amplifique este tipo de teorías, sino que sea algo tan cotidiano como para ameritar una breve indignación, que pronto será reemplazada por alguna otra, y luego otra más y así.
Pues en realidad este descabellado ejemplo sólo es el caso más extremo de lo que es una tendencia mucho más generalizada y pedestre: que, para efectos prácticos, en temas hasta cierto punto álgidos (y es difícil encontrar temas que ya no tengan algún grado de algidez) no se puede establecer con algún grado de confiabilidad nada que no sea simplemente una opinión, para respaldo de la cual siempre habrá alguna teoría pululando por ahí que funja como soporte de dicha opinión. (Un amigo parodia esta idea citando en broma la frase: “Grupos fascistas de WhatsApp afirman que…”). Y así cada cual con su idea de verdad personal, misma que puede incluir la firme creencia de que un presidente fue ejecutado y reemplazado por un clon robótico, como parece creer incluso el actual presidente de Estados Unidos.
Y por el otro costado también parecería haber un asedio a la idea de verdad, o por lo menos de realidad, pero en ese caso por sobredosis, como si quisiéramos poner a la realidad bajo la lupa y extraerle en todo momento sus más íntimos y sórdidos detalles, para vivir rodeados de los mismos la mayor cantidad de tiempo posible. Abundan de ese modo las producciones que enfatizan estar basadas en hechos reales, los documentales inspirados en el true crime que nos relatan con una sordidez que parecería estar reservada a la ficción los detalles de los horrores experimentados por personas de carne y hueso; las series o biopics para que conozcamos realmente a la persona detrás de la leyenda pop; las obras literarias de autoficción o narrativa del yo, donde la imaginación cede su lugar al recuerdo y al recuento de una vida (auto)colocada en el centro de la palestra; o la proliferación de todo tipo de videos, de la sordidez y ultrarrealismo que se quiera, que nos traen en todo momento la hiperrealidad del mundo hasta la comodidad del hogar o del dispositivo móvil de nuestra preferencia.
Y entre la negación de la verdad y el microscopio que igualmente ciega por sobredosis de realismo queda situada aún en algún punto la metáfora literaria y su capacidad para aludir simbólica y alegóricamente a verdades y realidades acaso más verdaderas y reales que todas las anteriores. Pero será tema para otra ocasión pues la verdad es que la verdad y sus actuales realidades ocuparon ya por esta ocasión todo este espacio.