La esquizofrenia defensiva

Ciudad de México /

Existe un amplio debate sobre si las enfermedades mentales tienen un origen genético o neurológico, y deben tratarse principalmente con pastillas y medicamentos, o si por el contrario son principalmente producto de la educación y del entorno. Existe un fascinante caso recién recogido en la serie documental Seis hermanos esquizofrénicos, mismo que también es objeto del libro Los chicos de Hidden Valley Road, de Robert Kolker, en donde seis de los doce hijos del matrimonio Galvin enfermaron de esquizofrenia, en algunos casos con consecuencias trágicas, y fueron internados en instituciones mentales.

Si bien un caso como este parecería incluso por una cuestión estadística apuntar a la predeterminación genética de la esquizofrenia, una inspección más cercana podría también sugerir que son las órdenes y mensajes contradictorios, lo que Gregory Bateson ha llamado el “doble vínculo”, lo que pudo desencadenar sobre todo la primera esquizofrenia, con la que las demás estarían vinculadas en un demencial efecto dominó. Pues la disciplina militar y el fanatismo religioso de los padres de familia Galvin, que los llevaran a negar y encubrir el abuso sexual que sufrió el mayor de los hijos, Donald, a manos del sacerdote de cabecera, probablemente produjeron en el joven una especie de corto circuito que lo condujo a la locura. Y después la propia negación de esa locura, y del abuso sexual perpetrado hacia las hermanas por parte del segundo hijo, etcétera, produjeron un entorno tan psicótico y disfuncional que la esquizofrenia era una suerte de mecanismo de defensa colectivo.

Y más allá de lo muy particular del caso, funciona además como microcosmos de esos matices de perversión y trastornos que yacen bajo el teóricamente apacible y perfecto American way of life de los pequeños poblados, mismo que exploró magistralmente David Lynch tanto en Twin Peaks como en Blue Velvet. Pues parecería haber algo de esquizofrénico entre el individualismo feroz y la competencia despiadada que forman parte de la ideología americana contemporánea, exportada en mayor o menor medida al resto del mundo, y los vínculos familiares, afectivos y demás, que exigen en buena medida solidaridad, sacrificio, y en ocasiones considerar a los demás a la par o incluso por delante del individuo.

De ahí que se hable comúnmente de una epidemia de enfermedades mentales, como una especie de esquizofrenia sistémica, pues como le sucedió a seis de los hijos de la familia Galvin, parecería haber un “doble vínculo” entre la narrativa del éxito y la acumulación, y una realidad cada vez más austera y difícil, donde la narrativa de los ganadores y perdedores deposita la culpa del fracaso en los individuos como tal.

Quizá por eso resuenan tanto obras clásicas como la magistral película Atrapado sin salida, donde Jack Nicholson representa al renegado Randle McMurphy, que al ser internado en un hospital psiquiátrico pone de manifiesto el sadismo y la represión inherentes a la institución, hasta que es doblegado sin remedio y “curado” mediante una lobotomía que termina por acabar con su indomable espíritu. Pues como ha escrito ampliamente Morris Berman, en una sociedad como la del Estados Unidos contemporáneo, la depresión y la locura son en realidad respuestas “sanas” a la decadencia y demencia sistémicas, así que en el caso de los seis muchachos Galvin diagnosticados con esquizofrenia, quizá en realidad resultaron más esquizofrénicos los considerados sanos, al lograr mantener la apariencia de cordura dentro de un sistema familiar tan demencial. 


  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
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