Noam Chomsky ha escrito largamente sobre el concepto de “poder suave”, referido a una especie de ejercicio propagandístico basado principalmente en la cultura popular, mediante el cual se exporta al resto del mundo la ideología y valores de las potencias dominantes. Así que por ejemplo las películas de superhéroes a menudo van enmarcadas dentro de una cierta concepción del mundo y del bien y del mal, similar a cuando el agente secreto James Bond debía luchar contra las fuerzas del comunismo.
En ese sentido, quizá no haya superhéroe más emblemático de la hegemonía estadunidense que el Capitán América, quien desde su nacimiento combatía con Hitler y otros villanos de la vida real. Solo que quizá de manera paralela a la trayectoria de la nación que le dio origen, la misión del Capitán América se volvió con el paso del tiempo éticamente más difusa, y el reciente blockbuster de la serie ha causado gran controversia, entre otras razones por la inclusión del personaje de una superhéroe israelí llamada Sabra, que originalmente era una agente de la Mossad, y que en varias encarnaciones del cómic ha luchado y dado muerte a enemigos inscritos en el estereotipo de lo árabe. La polémica llegó al grado de que debido a las protestas pro palestinas Marvel publicó un comunicado donde explicaba que se adoptaba un “nuevo enfoque” para el personaje, lo cual no impidió que durante el reciente estreno hollywoodense hubiera manifestantes con letreros como “Sabra debe marcharse” o “Disney apoya el genocidio”.
A raíz del tema apareció en días recientes en El País un artículo donde se mostraba la portada de otro cómic donde el Capitán América luchaba nada menos que contra el Subcomandante Marcos, en una clara muestra de que en ocasiones el poder suave, de tan burdo, pierde cualquier pretensión posible de inocencia. Y máxime porque en ese caso la publicación provenía de una editorial francesa de izquierda, con lo cual en realidad se invertían los papeles y el Capitán América, un poco al igual que la agente de la Mossad con la que hace pareja, más que superhéroe se convierte en una especie de agente que lucha contra un guerrillero que atenta contra las fuerzas del orden capitalista internacional. Y es que si en la realidad es en ocasiones más complicado deshacerse de personajes incómodos como Fidel Castro o el mismo Marcos, al menos queda el espacio de la fantasía para la venganza imaginaria y para al menos apuntalar a nivel masivo la narrativa de la geopolítica planetaria como lucha entre el bien y el mal. Donde queda muy claro a través de estos personajes cuáles son los pretendidos agentes del bien, y cuáles los villanos a los que hay que combatir por todos los medios.
Y quizá la ironía final que termine por marcar un punto de inflexión en la efectividad del poder suave estadunidense es que su actual líder máximo sea un supervillano con el rostro pintado de naranja, que hace ver a Lex Luthor como un malvado estable y racional. Pues si algo está cambiando no son necesariamente las prácticas hegemónicas, violentas y belicistas, sino el discurso a través del cual se presentan y legitiman, desprovisto de toda diplomacia o pretensión de actuar en nombre de ideales o de bien común, y más bien presentado como deseo de poder, riqueza y dominación al desnudo.
Por lo que cabe preguntarse si próximamente veremos al Capitán América invadiendo Groenlandia o a Hulk encabezando la expedición para anexionarse Canadá. E irnos preparando con la producción de El Santo contra los aranceles diabólicos para estar a la par de la batalla cultural y librarla adecuadamente en todos sus frentes.