Ruido de fondo

Ciudad de México /

Uno de mis libros favoritos de la vida es Ruido de fondo, de Don DeLillo, aparecido originalmente en 1985. Como pasa con los clásicos, con el paso de los años parece tener mayor vigencia y hablarle más directamente a su época pues, a la usanza de la frase de Kafka que reza “El escritor es un reloj que a veces se adelanta”, algunos rasgos que DeLillo plasmó en su novela irrumpieron décadas después como elementos de la realidad cotidiana, en una especie de narración costumbrista del absurdo, que se adelantó a algunas cosas que con el paso de los años se volverían precisamente costumbres. Entre ellas destaca el gusto por la victimización incluso entre personas como la familia protagonista, afluente y acomodada, pues en la novela de DeLillo existe una organización llamada SIMUVAC que simula catástrofes y los miembros se deleitan en el papel de representar a las víctimas. Con ello anticipan también el gusto un tanto morboso por la llegada de la catástrofe real, cuestión que también podemos ver con toda nitidez en nuestra época, con la afición por las obras hiperrealistas que parecerían lucrar con los rasgos más mórbidos de las sociedades actuales.

Al ser un libro difícil de llevar al cine me sorprendió saber que se estrenó una versión fílmica ahora disponible en Netflix, dirigida por Noah Baumbach, y protagonizada por Adam Driver y Greta Gerwig como el matrimonio de Jack y Babette Gladney. Si bien en la primera parte de la película, en consonancia con el libro, no hay gran trama y es más una puesta en escena del particular universo de la novela, conforme se precipita al desenlace crece la intensidad dramático-existencial, a causa de las tensiones que produce el miedo a la muerte de la pareja, y la aparición de una droga misteriosa llamada Dylar, que conduce a la resolución como de novela esperpéntico-detectivesca. Ahí la historia de DeLillo logra ese improbable equilibrio de algunas grandes obras de ficción, consistente en dotar de verosimilitud a situaciones que parecerían absurdas, pero que en su particular universo aparecen no sólo plausibles sino incluso lógicas. Y el bonus track cinematográfico de la escena donde los clientes bailan en un supermercado a la música de la genial “New Body Rhumba”, canción de LCD Soundsystem compuesta expresamente para la película, es un regalo añadido que muestra justamente cómo el tránsito de una obra de un formato a otro permite expandirla por terrenos inexplorados.

Acaso la pandemia ha dotado también de mayor vigencia a una novela que gira en torno al miedo a la muerte, y a los esfuerzos de las sociedades contemporáneas por negarlo mediante cosas como el brillo del consumo sin fin, o la pomposa seriedad de la academia, genialmente caricaturizada por DeLillo con el profesor Gladney, fundador de la exitosa cátedra de “Estudios hitlerianos”. Las escenas donde a causa de un derrame tóxico de químicos la gente aparece con cubrebocas nos resultan evidentemente muy familiares, así como el pánico y la desinformación que engendra aún más pánico, encapsulado en el libro por la máxima que pronuncia Murray Siskind, el colega profesor universitario de Jack (que quiere hacer en el campo de los estudios sobre Elvis lo que su amigo ha hecho con Hitler): “Esta es la naturaleza de la muerte moderna. Tiene una vida independiente de la nuestra. (…) Cada avance en técnica y conocimiento viene aparejado de un nuevo tipo de muerte, una nueva variante. La muerte se adapta, como un agente viral”.

Eduardo Rabasa

  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
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