En su novela clásica El hombre que fue Jueves G.K. Chesterton narra la historia, en clave de delirante novela negra, de una conspiración anarquista cuyos miembros se van revelando uno por uno policías encubiertos que se hacen pasar por anarquistas para infiltrar el movimiento. En un artículo sobre Chesterton, el filósofo John Gray cita un artículo suyo publicado el 13 de junio de 1936, un día antes de morir, donde Chesterton afirmaba que el libro sólo describía una pesadilla y no el mundo real: “No era mi intención describir el mundo real tal y como es, o como me parece que es… Me proponía describir un mundo de enorme duda y desesperanza, como el que los pesimistas en general describían en ese momento”. Sin embargo, Gray descree de la negación, pues le parece que obedece a la intención de Chesterton de acomodar su pensamiento a la idea de un orden cósmico cristiano, cuando considera que en realidad El hombre que fue jueves se inscribe más en un laberinto del absurdo como El castillo de Kafka.
Me parece que la idea del absurdo generalizado y la genialidad de los anarquistas que se van revelando policías, sin que ellos lo sepan más que paulatinamente, resuenan fuertemente precisamente con el absurdo rampante que parecería se vive en la actualidad. Así como con la muy fuerte presencia de una especie de nueva Policía del Pensamiento que, muy al estilo Chesterton, por lo general se presenta desde sus distintos flancos con una fachada amable, para desde ahí ejercer la censura y la coacción a observar un pensamiento homogéneo o normalizado. Pues a diferencia de anteriores encarnaciones de la Policía del Pensamiento, por ejemplo en el caso de regímenes totalitarios, donde había una ortodoxia primordial y la cacería de heterodoxias se centraba en las desviaciones a la causa y pensamiento dominantes, en la actualidad se vive una especie de lucha hobbesiana de todos contra todos, con tantas ortodoxias en competencia como tribus políticas podamos imaginar.
Pero aunque difiere el contenido los métodos son ya bastante similares, pues vivimos en sociedades de perpetua vigilancia para advertir el menor tropiezo o la opinión o postura equivocada o incómoda, para caer con todo el peso de la ley del escarnio virtual, la exhibición pública y demás métodos para vigilar y castigar con los que estamos ya sumamente familiarizados. Pues existen todos los días casi a cada instante ejemplos de linchamientos por parte de numerosos escuadrones de la Policía del Pensamiento, que a menudo pueden volverse repentinamente contra un reciente miembro del clan, si acaso expresa una opinión contraria a la de la ortodoxia dominante. Como por ejemplo le ocurrió a Bernie Sanders cuando tras la estrepitosa derrota electoral ante Donald Trump se atrevió a decir que era porque a su parecer el Partido Demócrata se había alejado de representar los intereses de la clase trabajadora. Lo cual en lugar de provocar algún tipo de reflexión sobre la potencial veracidad de sus palabras le trajo una serie de descalificaciones y acusaciones de traición, pues parecería que la libertad de ejercer el pensamiento se termina precisamente ahí donde atente contra los dogmas predominantes de la tribu política o identitaria a la que, se quiera o no, se encuentre uno adscrito.
Pues al igual que sucede con los policías encubiertos de Chesterton, a menudo en la actualidad algunos de los más virulentos ataques y linchamientos provienen precisamente de sectores que jurarían en abstracto por la sacrosanta defensa de la libertad de expresión.