Venganzas fantaseadas

Ciudad de México /

En el ensayo “Recordando la Guerra Civil española”, George Orwell relata una anécdota que escuchó sobre cómo cuando el cadáver de Mussolini fue exhibido públicamente, una anciana le disparó cinco veces con un revólver, exclamando: “¡Eso es por mis cinco hijos!”, y reflexiona al respecto: “Me pregunto cuánta satisfacción le puedan haber proporcionado esos cinco disparos que, sin duda, había soñado años antes. Pero la condición de que pudiera acercarse lo suficiente a Mussolini como para dispararle es que fuera un cadáver”.

Recordé esta anécdota luego de ver la superproducción Napoleón, dirigida por Ridley Scott y con la actuación de Joaquin Phoenix como el emperador y Vanessa Kirby como tortuosa Josefina. A pesar del súper elenco y la grandilocuente puesta en escena, no es sólo que se trata de una película bastante plana, que difícilmente alcanza las ambiciones épicas del personaje y de la producción, sino que incurre en una tendencia contemporánea bastante similar al mecanismo descrito por Orwell: la fantasía de realizar un ajuste de cuentas con un personaje histórico, en este caso más de 200 años después, al retratarlo como un patético hombrecillo que por momentos roza la caricatura. Es algo bastante similar a lo que realiza Tarantino al final de Bastardos sin gloria, cuando Hitler y los nazis mueren quemados en un teatro, o incluso cuando al final de Érase una vez en Hollywood el cowboy hollywoodense representado por Brad Pitt logra evitar el asesinato de Sharon Tate a manos de la cofradía de Charles Manson. O con el mismo retrato de Hitler en La caída, como otro hombrecillo colérico que genera entre miedo y vergüenza ajena entre los oficiales nazis que no se atreven a decirle jamás al emperador que en realidad va desnudo.

Sin duda un costado interesante de la ficcionalización de personajes históricos, musicales o demás consiste en retratar ya sea el lado oscuro o las fragilidades asociadas a lo cotidiano, que en efecto distan de la imagen grandilocuente que este tipo de personajes suelen mostrar. Pero en la actualidad más bien parece estar fuertemente de moda la tendencia a concentrarse en ajustar lo más posible los mundos de fantasía a la fantasía de cómo se quisiera que fuera el mundo real (o la historia, para el caso), quizá como una forma sumamente acabada de escape o negación de la realidad. Así, si Hitler y Napoleón aparecen como hombrecillos ridículos, quizá sea posible hacer mejor las paces con su realidad histórica, pero sobre todo permite a nuestra época, en donde la conciencia de la propia bondad y la superioridad moral desempeñan un papel tan importante, sentir que somos mejores y ya no tan bárbaros como las épocas en donde campaban estos personajes. Y todo ello sin importar que seguramente una vez pasado un cierto periodo histórico, muchos de los personajes y realidades extremas actuales sin duda estarán a la altura de estos grandes villanos de la historia.

Porque lo curioso es que no existe un biopic actual de Trump o de Netanyahu, ahí donde incluso sí tendría un alto valor político retratarlos como los hombrecillos malignos, sádicos y enfermos de poder que son. Porque, como bien dijo Orwell, la condición para ridiculizarlos en la ficción seguramente será que ocurra cuando ya no representen como en la actualidad factores reales de poder. 


  • Eduardo Rabasa
  • osmodiarlampio@gmail.com
  • Escritor, traductor y editor, es el director fundador de la editorial Sexto Piso, autor de la novela La suma de los ceros. Publica todos los martes su columna Intersticios.
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