A medida que se aproxima el fin del año 2024, se presentan mayores oportunidades para detenerse a contemplar, agradecer y cerrar.
Contemplamos en primer lugar, aquellos sucesos que acontecieron en el año, sin juzgarlos, sin catalogarlos como buenos o malos y, simplemente, viéndolos con la mente y con el corazón; contemplamos también aquellas personas que conocimos, aquellas que se quedaron y también las que decidieron irse, no emitimos juicios ni valoraciones, sólo vemos y revivimos esos instantes… sólo eso.
En segundo lugar, agradecemos. No lo hacemos sólo con lo que consideramos bueno o con lo que aún nos roba una sonrisa, sino con todo: lo que nos gustó y nos causó alegría pero también con lo que nos molestó, nos entristeció o nos robó una ilusión.
Agradecemos momentos, personas, lugares, circunstancias, sorpresas, situaciones inesperadas, crisis, angustias, soledades y lágrimas. Agradecemos cada cosa que nos pasó este año porque, aunque quizá ahora no lo entendamos, pasó lo que tenía que pasar y así, fue imperfectamente perfecto.
Por último, hay episodios que conviene cerrar, etapas que conviene madurar y circunstancias que conviene superar. Con ello, cerramos no sólo lo doloroso sino también lo amable y bondadoso y lo hacemos, no porque nos cause resentimiento o pena sino porque ya no estamos ahí, ese tiempo ya no es nuestro, ya no somos eso que ya forma parte del pasado, por ello, sin olvidarlo, lo cruzamos como quien cruza las aguas de un río con frecuencia turbulento y caudaloso.
Si hay algo que queremos conservar abierto, lo hacemos, con la convicción de saber que es algo que nos fortalece y nos renueva pero con esa misma sabiduría, cerramos la puerta a aquello que hoy ya no nos sirve; quizá nos sirvió en algún momento pero hoy, ya no. Lo agradecemos y lo soltamos.
Decidir contemplar sin juzgar, agradecer sinceramente y en verdad y soltar con compasión y valentía son acciones que sanan y que nos liberan y, más importante, liberan nuestro ayer y nuestro hoy para abrirnos plenamente al futuro que, aunque incierto, es prometedor y esperanzador.
Así, como cada año, guardamos en el corazón sólo lo que merece ser guardado y lo demás lo integramos a nuestra historia, algunas cosas como cicatrices, otras, como semillas germinadas. El año que va a comenzar merece lo mejor de nosotros mismos y lo mejor no siempre es lo que había sido lo mejor antes; como cada año, aprendemos cosas nuevas y vamos conociéndonos mejor y eso nos permite ir siendo más honestos con nosotros mismos.
Esperar el futuro con realismo pero con esperanza es una virtud que podemos desarrollar. Peter Druker solía decir: “no hay mejor forma de predecir el futro que creándolo”. No esperemos pues en el futuro, inventémoslo, creémoslo y atrevámonos a pensar que por muy bueno que haya sido 2024, el año 2025 puede aún, ser mejor.
Contemplemos, agradezcamos y cerremos círculos, momentos, amistades, etapas, sentimientos, etcétera.
Depurar la larga lista de lo que cargamos no siempre es sencillo; sin embargo, cuando lo logramos, se aminora la carga y al hacerlo, se aligera el paso.
Entremos ligeros y con esperanza a un nuevo año que, aunque desafiante en muchos sentidos, está ahí para desarrollar en nosotros lo que nunca hubiéramos creído que teníamos ni podíamos hacer. Este es siempre el misterio que envuelve la esperanza: creer y confiar más allá de toda creencia y de toda confianza.