A menudo vivimos con tanta prisa e inmersos en un sin fin de actividades que no reparamos en pequeños detalles que hacen que nuestros días sean bonitos y valiosos. Por ello conviene hacer pausas, detenernos unos instantes para mirar cuánto tenemos y lo mucho que nos aporta lo que nos rodea y agradecer nuestra presencia en el mundo.
La gratitud es una virtud que se desarrolla a medida que vamos percatándonos de esos pequeños detalles que constituyen las horas y los días y que, de hecho, nos sostienen, pero pasan desapercibidos por el hábito de la costumbre o de la inmediatez rutinaria. Desde las cosas sencillas como tener una cama donde descansar y recuperar energías, despertar y poder ver, sentir, escuchar, gustar y oler, tener agua caliente para bañarnos, ropa abrigadora, comida, una casa, familia, amigos, trabajo, etc hasta las situaciones más complejas como la solución sorpresiva de una preocupación o asunto pendiente, un momento de alegría profundo, serenidad y fortaleza para enfrentar algún problema, paz y consolación ante momentos de dificultades, etc, contemplar y agradecer son actitudes que nos abren a la receptividad con la vida que fluye a nuestro alrededor y que albergamos en lo más profundo de nuestro ser.
Aún las situaciones desafiantes en nuestra vida, los obstáculos financieros, las pérdidas, los desencuentros con otras personas pueden ser oportunidades de agradecimiento si las miramos desde una óptica que nos permita penetrar en ellas y en su misterio como aprendizajes, superaciones y logros.
Muchas veces esa molestia que tenemos o ese dolor emocional que sentimos, también merece estar ahí y darle su lugar. Tendemos a callarlo, a ocultarlo, a alejarnos de él, pero también el miedo, el sufrimiento y el dolor nos aportan algo valioso a nuestra vida que está hecha no como un camino recto y lineal sino más bien curvo y con subidas y bajas pronunciadas así que hay que darle a cada cosa y a cada sentimiento y emoción su espacio, su tiempo y su lugar y agradecer porque podemos sentirlas y dejarlas pasar.
Vivir en gratitud significa creer que todo lo que acontece está bien porque tiene un propósito de ser y que contribuye a nuestra vida en la medida en que lo dejamos incorporarse a ella. Por esto, la gratitud también nos permite conocernos más y mejor, darnos cuenta qué nos emociona, qué nos entristece, qué anhelamos en el corazón y que nos genera tedio o pesadez. Así, podemos ir depurando lo que nos va sucediendo, quedarnos con lo que nos da paz y n dar cabida o alejar lo que nos la roba.
Es cierto que no siempre podremos alejar o evitar todo lo que nos molesta o nos pone intranquilos pero siempre podremos encontrar qué nos quiere significar en nuestro andar y dotarlo de sentido para integrarlo en nuestra historia. Esta capacidad sólo puede venir del agradecimiento aún de aquello que a simple vista no parece bondadoso.
Ahora bien, junto con la gratitud viene la confianza, es decir, la capacidad para vivir en la verdad, buscarla y empeñarse en permanecer en ella. Esto puede generar contrariedades en diversas situaciones y con diversas personas, pero esto es sólo muestra de que en la vida no estamos exentos de incomodidades, sin embargo, podemos conservar la certeza y calma interior para saber que aquello por lo que luchamos, vale la pena y lo merecemos.
Practicar la gratitud en la vida diaria comienza por dedicar unos minutos al día para pausar, contemplar con el corazón, penetrar en el misterio de la vida y abrir el razón para sentir lo mucho que nos ha dado el Creador y lo mucho que nos quiere seguir dando y sentirnos afortunados de ser lo que somos y de serlo en el momento presente.