'Phubbing'

Puebla /

Estar con alguien y mantener una conversación, casual o profunda, sin que uno de los dos mire, al menos una vez, su teléfono móvil resulta una hazaña casi imposible en el mundo hiperconectado en que vivimos.

La atención es un hábito que no se puede fragmentar, intentar prestar atención a más de una actividad al mismo tiempo es un predictor de fracaso en alguna de las actividades realizadas; pero cuando se trata de una conversación ocurriendo con una persona presente o más del otro lado de la mesa, no sólo es una adelanto de la falta de comprensión y, por ende, de empatía con el otro sino un mensaje claro de que, en ese instante, hay otras cosas que son más importantes que conectar con la persona misma.

Por común que sea, el así llamado phubbing (mirar y revisar el teléfono móvil durante una conversación con otro) es una falta de respeto que fomenta, además, una conducta adictiva que puede tener graves consecuencias para la salud mental.

Una de las razones por las que hacemos phubbing es el ritmo acelerado de vida que llevamos en donde el no hacer, pausar, dejar espacios en blanco en la agenda, tener tiempo para respirar, para caminar, para tomar un poco de aire fresco son vistos como holgazanería y, por ende, mal valorados social y familiarmente.

Así, parece que siempre hay y habrá algo que atender, un mail más por responder, un Whatsapp por contestar, una noticia que leer, un anuncio de accesorios de última moda, un like más que colocar en el muro de alguien, etcétera.

Siempre algo más por hacer y nunca el momento presente que atender.

Múltiples estudios se han realizado para comprobar que este ritmo revolucionado de vivir sólo ha dejado una sociedad cansada como expresaba el filósofo coreano Byung Chul-Han en su obra La sociedad del cansancio.

Mentes extenuadas y sometidas a millones de impulsos y estímulos que no saben parar ni desconectar y nuevas patologías han emergido como el FOMO (fear of missing out), las necesidades de validación externa han aumentado a grados no sólo dañinos sino riesgosos especialmente para las y los jóvenes, y muchos desórdenes comportamentales más que se abren paso ante una exigencia de una vida llena y el miedo a una vida vacía.

Cuando se activa la alerta de no estar pendientes de lo último en redes sociales o de retrasarse en responder un mensaje con contenido no urgente, no importa en dónde ni con quién estemos, el impulso por tomar el celular y deslizar el dedo en la pantalla resulta ser más fuerte. El mensaje de fondo es uno que privilegia el mundo de las pantallas por el mundo de los rostros, la fugacidad de lo digital por la permanencia de lo presencial, y así, simplemente ignoramos la realidad real y nos enchufamos con una realidad fabricada que no siempre es ni palpable ni real.

Lo cierto es que el mundo de lo digital no es uno donde las conversaciones ocurran. Los mensajes de texto, los emojis, los likes y las stickers no son palabras ni están cargadas de gestos que, en ocasiones, dicen más que éstas.

No conversamos a través del teléfono móvil, sólo reaccionamos pero no mantenemos el vínculo que estar con una persona real en tiempo real nos permite para conectar con sus sentimientos y tocar, con ello, nuestras mismas emociones.

El phubbing se mueve por las ramas de las conexiones humanas, jamás profundiza porque parte de lo que lo caracteriza es la instantaneidad, mientras que el encuentro personal exige permanencia y por eso se sale del tiempo cronológicamente acelerado que nos interpele a vivir siempre apegados a la rapidez.

El phubbing insiste en insertarnos en un mundo ficticio y fugaz donde al instante de dar like el recuerdo se instala en un tiempo pasado y nos lanza a la búsqueda voraz de otro nuevo momento.

Las relaciones humanas exigen un “tiempo fuera”, instalarse en un tiempo no controlado por la prisa ni por la saturación, dan cabida, por ello, a mirar y contemplar profundamente y lograr conectar con lo íntimo y con lo que no puede ser capturado en un muro ni en un emoji.

Ojalá que pudiéramos, al menos por tiempos acordados, estar realmente con los otros: amigos, compañeros, familia, etcétera; sin mirar el teléfono móvil para lograr esa sensación de estabilidad y eternidad que reclama nuestro espíritu y no en el vértigo y el desenfreno al que nos invitan las pantallas digitales que tanta gente enferman al día.


  • Elizabeth de los Ríos Uriarte
  • Profesora investigadora de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac México
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