Paso a pasito, imperturbable

Ciudad de México /

A la fonda “Estrellita Marinera” llegan ella y él, madre e hijo. Por lo común eligen la puerta más cercana a la entrada, “por si acaso algo sucede, tenemos vía de escape rápida”, justifica él: delgado, camisa que blanca fue y luido pantalón de mezclilla.

La anciana se pende a su brazo y se deja conducir hasta la mesa que el empleado les asigna, al tiempo que pregunta:

–¿Caldo de pollo o sopa? ¿Lo mismo para la señito?

–Sii me hace  favor –responde el hombre.

Curiosa, la señito pregunta: ¿quién es ese hombre, lo conoces? Porque te habla con confianza  El niega y anota en la comanda.

Antes ella atendía al muchacho, que se había aficionado a inhalar thinner y de a gratis bravuconear, hasta que se ganó la zangoloteada que lo mantuvo en casa hasta que los ojos amoratados sanaron.

A partir de ahí dejó el vicio, aunque mantuvo otro: el de no ocuparse en trabajo alguno. Su hermano, radicado en Gringolandia, le pidió que se hiciera cargo de la anciana y él se encargaría de los gastos de ambos. 

“Ni cómo decirle que no, ¿Quién te hace una oferta como esa? No me pude negar”.

Él se encarga del desayuno: huevos y café. Y de la cena: vaso de leche con pan de dulce. También mantiene aseada la vivienda y se encarga de alimentar y asear la jaula que canarios y verdines comparten.

En la fonda les reservan mesa y los atienden como si fueran de la familia. En ocasiones le perdonan el pago: “Para que le compres un chuchuluco a tu mamá y unos cigarritos para ti. Cortesía de la casa”.

El hombre agradece y atiende a la anciana para que coma sin derramar la sopa o el guisado:

“Abre bien la boca y te acerco la cuchara para que no batalles y mejor saborees”.

La anciana luce enorme sonrisa, y el hombre de rostro adusto finge que no escucha cuando le dicen “qué buen hijo eres, muchacho: cuida mucho a tu mamacita y quiérela como ella a ti”.

“Claro que sí, seño, no tengo pendiente”, responde y conduce a la anciana por los pasillos hasta la florería; Telma, la dependienta, los mira y se apuesta a la entrada de su changarro con una flor de crisantemo en la diestra:

“Ten, muchacho: se la pones en la oreja para que se mire más coqueta la señito. Y si algo necesitas, nomás me avisas y le hallamos solución “.

El hombre agradece y se encaminan hacia el expendio de libros y revistas usados, donde Marisela le tiene apartado un ejemplar de la Novela Semanal: historias de amor y desamor que la anciana lee calando sus anteojos en la punta de la nariz:

“Nunca falta el negrito en el arroz, que echa a perder el entendimiento entre la gente. Pasan los años y los años y no entendemos”, dice para sí sin descuidar el paso cansado al que su hijo se habituó. Extiende la mano, recibe y agradece el fruto que alguien le tiende:

“Para que saboree su manzana bajo la sombra de su pirúl, madrecita. Y pa’ ti este puñito de cacahuates. A ella no, le caen de peso y se te enferma. Dios no quiera“.

En el puesto de semillas, el hombre pide alpiste y nabo para los canarios: “Que bueno que te acordaste, para que nos alegren con sus trinos, m’hijo”.

Paso a pasito, madre e hijo avanzan hasta la salida. “Cuñao, cuídame bien a tu hermanita, no la vayas a perder”, lo embroman. Pero él, imperturbable.


  • Emiliano Pérez Cruz

LAS MÁS VISTAS

Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.