“El desorden es un orden que nadie puede ver”, escribió Paul Valéry.
En la ordalía política desatada por Trump desde su toma de posesión no parecía haber lógica ni método sino solamente un desorden incontinente, veleidades y caprichos propios de su impredecible personalidad. Acaso una táctica de avasallamiento para quebrar oposiciones y aprovechar el efecto de la sorpresa. Un aprendizaje derivado de su primer periodo cuando enfrentó barreras legales y resistencias que evitaron varias de sus intenciones voluntaristas e ilegales.
Podría creerse que su narcisismo patológico seguiría determinando una anti política más irracional que calculada, impulsiva y escenográfica antes que sustancial, basada en mentiras e inexactitudes, en filias y fobias, lugares comunes y banalidades. Amante de los golpes de efecto y el arrinconamiento del adversario como mecanismos abusivos de negociación, aún ese primer día febril e hiperactivo resultaba propio del mucho ruido y las pocas nueces que hasta entonces caracterizaron la aparente anomalía encarnada por Trump.
Tiempo atrás, durante su primera campaña, había dicho sin ningún rubor a una multitud reunida frente a la Torre Trump en Nueva York: “Necesitamos un líder que haya escrito The Art of Deal”. O sea, él. En esa “autobiografía” redactada por Tony Schwartz, Trump aconsejaba: “Vale la pena confiar en tus instintos”.
Schwartz lamentaría después haber contribuido a presentarlo de un modo que lo volviera atractivo para el público —“Le pinté los labios a un cerdo”, diría—, pero sin llegar a creer posible entonces la victoria electoral de alguien que si consiguiera los códigos nucleares podía conducirnos “al fin de la civilización”. De haberlo escrito para el segundo periodo de Trump, Schwartz hubiera elegido otro título: El sociópata, y un muy distinto contenido.
Y sin embargo, aunque muchos creían que su proyecto era tan deshilvanado y anárquico como su primer periodo, esta vez sí hay un propósito, una estrategia y un grupo planificador. El movimiento neorreaccionario conocido como Ilustración Oscura, cuyo creador, entre otros, es Curtis Yarvin, bloguero estadounidense y programador informático, junto con el filósofo Nick Land e inversionistas libertarios como Peter Thiel.
Descrito como un movimiento de extrema derecha, racista, antidemocrático, tradicionalista, monárquico y antitético a la Ilustración, los neorreaccionarios consideran que la democracia y la libertad resultan excluyentes y rechazan dar entrevistas porque los periodistas, fabricantes de consensos, “son su enemigo mortal”.
Curtis Yarvin propone la toma autocrática del poder y el desplazamiento de la democracia liberal que, según él, contiene las semillas de su propia destrucción. Un “cesarismo autocrático” es el único medio para resolver la decadencia estadounidense y reemplazar al gobierno republicano, así como al poder real que oligárquicamente ejercen un reducido número de instituciones académicas y mediáticas.
Dicha democracia “esclerótica” debe ser sustituida por una jerarquía que encabece una sola persona, un monarca o director ejecutivo. Y el medio para lograrlo radica en que ese autócrata gane las elecciones con un programa autoritario en el cual purgue la democracia federal, jubile a los empleados gubernamentales unilateralmente, hostigue a los medios de comunicación liberales para someterlos e intervenga las universidades para cambiar su currículo a un proyecto acrítico y conservador.
El vicepresidente Vance, confesamente influido por Yarvin, en agosto pasado declaró que sólo podrían imponer su visión de la sociedad atacando “el corazón de la bestia”, es decir a las universidades, sus enemigos ideológicos primarios.
La propuesta de Yarvin consiste en que después de obtener legalmente el poder en una elección, el poder comience a ser ejercido ilegalmente desde el discurso inaugural del presidente electo al declarar un estado de emergencia. Ignorando cualquier fallo judicial que pretenda limitar sus acciones, el mandato para la instauración de ese cesarismo autocrático simplemente “vendría de ejecutarlo”.
El mecanismo golpista va funcionando hasta ahora con precisión. “La idea de ser un César y tomar el poder”, como aconsejó Yarvin, pasa por la concentración de los poderes policiales y la puesta en escena de un clima político y social de urgencia y paranoia: los indocumentados, el fentanilo, los aranceles, los abusos económicos de todo el mundo exterior. Enemigos designados que justifican esa abrogación definitiva de las normas democráticas y el clima de urgencia que lo fundamenta.
Como la carta de Poe, la trama estaba a la vista de todos. Pocos repararon en ella porque era delirante. Ahora ya no. El autócrata anaranjado es más que un César narcisista y loco: hay método en su insania y un proyecto articulado para hacerla realidad. Por eso en la cadena de tiendas Trump ya se venden gorras rojas con una ominosa leyenda: “Trump 2028”.