La absorción y la sonrisa

Ciudad de México /

Para Mario Vargas Llosa, malgré tout


—Ahora, sonrían —dijo el instructor.

Stephen Batchelor afirma que el Buda, al rechazar las formas tradicionales de meditación ascéticas acostumbradas en su época, recordó una experiencia extática que había tenido sentado bajo un árbol en su niñez. Ese momento espontáneo de una felicidad surgida desde su propio interior lo llamaría jhàna, que también se traduce como “absorción”.

Cuando lo evocó, el Buda decidió confiar en aquella intuición e inocencia infantil antes que en las experiencias de automortificación de los ascetas con los que había pasado varios años estériles. A partir de entonces practicó las jhànas hasta alcanzar el despertar.

Durante su riguroso aprendizaje como monje, los maestros de Batchelor —quizá el máximo exponente occidental de un budismo secular y agnóstico, sincrético, cultivado, abierto a la filosofía existencial y a la cultura contemporánea— nunca le enseñaron esa técnica meditativa.

Desaconsejada por algunos maestros budistas debido a las poderosas sensaciones placenteras que origina y pueden volver al meditador asiduo a ellas, presentada por otros como un estado de conciencia tan avanzado que es inalcanzable para quien no sea un experto, algunos practicantes occidentales la redescubrieron por sí mismos. Entre otros Ayya Khema, monja budista judía nacida en Berlín, quien la transmitió a sus alumnos, uno de los cuales, Leigh Brasington, la enseñó a Batchelor durante un retiro.

La técnica es sencilla. Se comienza concentrándose en la respiración durante varios minutos. Cuando la mente se ha serenado debe fijarse la atención en las sensaciones del labio superior al inhalar y exhalar. Luego de un tiempo esas sensaciones se perciben en un punto estable y sólido. Después de mantener la atención fija en él por varios minutos, el meditador sonríe suavemente y dirige su atención al sutil placer que eso le provoca: un gozo sereno y reconcentrado. Entonces, se dice, la jhàna sale al encuentro.

—Ahora, sonrían —pidió el instructor.

Eso preguntó el papa Pablo III sobre los indígenas americanos, si sonreían. Cuando supo que lo hacían y muy frecuentemente, estuvo seguro de su condición humana. Y en su bula Sublimis Deus (El Dios sublime) defendió su racionalidad, el derecho a sus posesiones y consagró su libertad. Sonreír está en la naturaleza profunda del ser.

La leyenda del origen del zen cuenta que su formulación ocurrió en el Pico del Buitre cuando el Buda mostró a sus discípulos una flor para ilustrar la naturaleza de su doctrina. Sólo uno de ellos, Khasyapa, entendió el significado del gesto y sonrió al Buda, quien le entregó la flor. Así fue trasmitido el mensaje: con una flor y una sonrisa.

La sonrisa es un gesto alegre y cordial que generalmente surge a partir de la percepción de una causa externa o del recuerdo interno de algo que la despierta. Alexandra David-Néel, la legendaria primera mujer occidental que entró al Tíbet, refiere su temprano interés por esa ciencia del espíritu cuando en el Museo Guimet de París miró a los budas sonrientes y los comparó con los rostros tensos o inexpresivos comunes a la estatuaria occidental.

Todos los meditadores formando un círculo, algunos yacentes en un cojín y otros sentados en sillas, sonrieron sin pensarlo cuando el instructor se los pidió. Como la rosa, fue una sonrisa sin por qué.

Hasta entonces no se había hablado de jhànas. El taller de reducción del estrés enseñaba ejercicios primarios de concentración meditativa sobre el pensamiento: contacto, sensación, reacción. Deconstrucciones adaptadas a partir de algunas nociones básicas: somos lo que pensamos (pero podemos no serlo al dejar de pensar en eso); atención plena al momento presente (todos los problemas nacen de la falta de atención); mirar es rodear un objeto (fíjate en lo que te fijas y en lo que no te fijas); todo conocimiento verdadero es un a posteriori y no un a priori (no escuchamos a los otros porque nos escuchamos a nosotros mismos al escucharlos). Cuestiones así.

La jhàna no se trata de un mero aumento de la concentración como se desarrolla en la meditación vipassana o zen, sino un fenómeno de otra naturaleza que traslada al practicante a un estado mental y físico diferente. “Es un regalo, un don”, asegura Batchelor, acusado de descontextualización por el inmovilismo milenario budista al proponer una visión completamente empírica de las fuentes de la experiencia humana.

La petición del instructor ocurrió un poco antes de finalizar la sesión y la sonrisa de los participantes duró apenas unos instantes, aunque fueron suficientes para ofrecerles una perspectiva inesperada y distinta.

Esta serenidad interior irradiante, discreta, suavemente feliz. ¿Por qué una simple sonrisa logra tanto? Acaso porque un gesto contiene una totalidad.

  • Fernando Solana Olivares
  • (Ciudad de México, 1954). Escritor, editor y periodista. Ha escrito novela, cuento, ensayo literario y narrativo. Concibe el lenguaje como la expresión de la conciencia.
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