De aristocracias y renunciantes

Ciudad de México /

Un obosom, explica el mitólogo Robert Graves, es un gremio, un clan o hasta una sensibilidad cuyos orígenes provienen de los cultos prehistóricos femeninos dedicados a la Gran Diosa. El último de ellos, activo hasta nuestros días, es el obosom Nosotros, integrado por quienes son amos de sí mismos e incapaces de decepción, gente que se reconoce entre sí sin ningún intercambio de signos secretos y junta sus fuerzas para ejecutar cualquier trabajo que su encuentro “aparentemente accidental” les ha impuesto.

Nietzsche habló de la aristocracia del espíritu identificándola con la nobleza del corazón, con la verdad y la independencia del pensamiento, más allá del origen o el estatus social de la persona. Berdiaeff escribió que la aristocracia espiritual e intelectual no era patrimonial o genérica sino individual, ligada a la calidad, a las aptitudes y a la creación personal: algo tangible y no simbólico. Al mencionar la condición contraria a esa característica, León Bloy señaló la vulgaridad hoy masificada de aquellos que sólo creen en lo que ven y consumen, quienes han entregado la eternidad al tiempo y así han destruido el paraíso. Hombres económicos, les llamó. Usuarios terminales de sí mismos, se les diría después.

En su célebre ensayo What I Believe de 1939, el narrador inglés E. M. Forster hizo una profesión de fe en la aristocracia: “No una aristocracia de los poderosos, basada en el rango e influencia, sino una aristocracia de los sensibles, los considerados y los atrevidos. Sus miembros se hallan en todas las naciones y las clases, y a lo largo de todas las épocas, y existe un entendimiento secreto entre ellos cuando se encuentran. Representan la verdadera tradición humana, la única victoria permanente de nuestra extraña raza sobre la crueldad y el caos”.

Se trata de una aristocracia sin dinero. Son esas personas, explicaría Doris Lessing, “que saben”. Y aunque permanecen calladas se mueven con reserva y tratan de salvar a quienes han caído en la trampa. Son “los que viven discretamente en el mundo”, aquellos que han despertado y cuya labor existencial —y pública, cuando ésta se da a pequeña escala—, es crear zonas de inteligencia. Son quienes, según el haiku de Matsuo Bashō, “cultivan un pequeño campo”: su interioridad. Así se oponen a una cultura de alta velocidad cuyo valor principal es el consumo, el dinero su deidad y la mercadotecnia su oráculo. Los encerrados en lo particular.

El aristócrata es un renunciante que escapa del mainstream hegemónico y da la espalda a la doxa del pensamiento recibido, ese no-pensamiento que piensa a la gente y ha fabricado la mentalidad común, una formidable empresa de sugestión masiva cuyos resultados pueden sintetizarse en la masacre cultural que define a la posmodernidad occidental y su fomento de la ignorancia y la banalidad.

Al enumerar los factores que han provocado el profundo colapso del momento histórico en el imperio estadounidense y su área de influencia geopolítica —desigualdad social agudizada, pérdida creciente de derechos civiles, habilidades intelectuales en retroceso, muerte espiritual—, Morris Berman utiliza el término de “Nuevos individuos monásticos” (Nem) para caracterizar a las pequeñas minorías compuestas por individuos que resisten al orden mundial corporativo global.

Humanistas sacro/seculares para los cuales internet, las computadoras y los teléfonos “inteligentes” son meras herramientas y no definiciones de vida. Gente despreocupada de las redes sociales y ajena a los dialectos, a los eslóganes o las opiniones masivas. Quienes se identifican con los valores de la Ilustración presentes todavía en nuestra civilización: la búsqueda de la verdad, el cultivo del arte —desde el vivir mismo hasta el ejercicio de otras disciplinas—, el compromiso con el pensamiento crítico.

El silencio, la discreción, la lentitud, la observación. Los pequeños formatos. La certeza empírica de que el verdadero mirar consiste en rodear el objeto. No la rentabilidad sino el sentido. No el beneficio sino la realización.

Entre sus ejemplos de nuevos individuos monásticos, Berman menciona a una violinista retirada, Olga Bloom, quien ante la creciente reducción de fondos estatales para la música de cámara, ese “epítome de la civilización” como la consideraba, hipotecó su casa y compró una vieja barcaza en el puerto de Brooklyn. Ayudada desinteresadamente por los estibadores de los muelles, la convirtió en un espacio íntimo y acústicamente perfecto para orquestas de cámara y pequeños públicos. Los moderados ingresos pagan los gastos y permiten seguir en operación.

Ante el gobierno invisible que moldea nuestras mentes y determina los rumbos de la historia colectiva, el paso lateral del renunciante significa articular una estrategia de simplificación y convertirse en aquella lámpara para uno mismo que el Buda recomendó al morir. En el empeño de esa vida reside la aristocrática custodia de las metamorfosis.

  • Fernando Solana Olivares
  • (Ciudad de México, 1954). Escritor, editor y periodista. Ha escrito novela, cuento, ensayo literario y narrativo. Concibe el lenguaje como la expresión de la conciencia.
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