De aquel entonces, tiempos tan lejanos, sólo se puede soñar.
Instalado en Sicilia, en la región de Trapani, Samuel Butler traducía la Odisea después de su “calmosa” (el término es de Borges) versión de la Ilíada —los dos empeños celebrados por la crítica de fines del siglo diecinueve al haber empleado una “prosa vívida y directa” ajena a la versificación literal que hasta entonces se seguía en los poemas homéricos—, cuando en el episodio del encuentro con Circe, “la de hermosos cabellos, potente deidad de habla humana”, tuvo una revelación.
En ese Canto X, escribe, “alumbré la idea de que no estaba leyendo la obra de un hombre viejo, sino la de una mujer joven”. Inexperta, dice Butler, poco entendida aún sobre lo que los hombres podían o no hacer, pero suficientemente femenina para impregnar de sutilezas y sensibilidades dicha obra esencial.
El prolijo argumento al que dedicó los últimos diez años de su vida (“The most important thing that I have done”, comentará a un corresponsal), quedará sostenido en las pequeñas y obligadas características cuya discreción será suficiente para escribir el legendario volumen de La autora de la Odisea: dónde y cuándo la escribió, quién fue y cómo se sirvió de la Ilíada y cómo el poema creció entre sus manos.
Pequeñas y obligadas cosas como ésta: “Los celos que Calipso siente por Penélope (V, 203, etc.) están descritos con demasiada delicadeza como para ser obra de un hombre. Un hombre los habría exagerado”.
Desde una masculinidad estereotipada, la opinión recibida y sus lugares comunes afirmarían lo contrario: toda histeria (toda exageración es una histeria) resulta femenina. Pero en Butler es al revés.
Sólo una autora femenina podría atribuir a una diosa y no a un dios los consejos para llevar al asendereado héroe de vuelta a casa a través del terrible tránsito de la katábasis, el descenso al inframundo, para encontrarse con el ciego Tiresias y con la sombra de su madre, Anticlea, pues quien dio la vida vencerá a la muerte y mostrará la ruta del regreso (“Menos tu vientre, todo es oscuro, todo es confuso”, cantará un poeta muy posterior quizá también influido sin saberlo por ese sortilegio femenino).
Butler cree que la autora de Odisea se retrata a sí misma en Nausica, la princesa hija de Alcinoó, rey de los feacios, y de la reina Arete, a quien Ulises, arrojado a la playa, encuentra hambriento y desnudo sin saber, ante su luminosa belleza, si se trata de una noble jovencita o de una diosa.
Al intentar explicar quién fue la autora, Butler reconoce que no puede ofrecer más que suposiciones. Es una mujer de Trapani, arguye, “joven, valiente, decidida y excesivamente celosa del honor de su sexo”. Miembro de esa refinada sociedad siciliana en los tiempos de la Odisea, que la autora muestra conocer muy bien, dueña del tiempo libre necesario para escribir una obra tan extensa y completa, familiarizada desde niña con las historias de la Ilíada —aquel “poema de la fuerza”, lo llamó Simone Weil—.
Alguien que “tolera a los hombres cuando los necesita o le sirven como ejemplo”, pero quien no se muestra muy entusiasta con ellos y los disfruta más al burlarse. Especialmente deferente y cariñosa con las mujeres y con el linaje de Alcínoo y Arete, su inocultable gozo al describir el jardín y la casa del rey de los feacios como si se tratara de los suyos, así como el texto mismo que comienza en pasado y acaba involuntariamente en tiempo presente, representan pruebas, no peregrinas si se les cree, que Butler enfatiza.
Décadas después de la teoría de Butler, Robert Graves escribió una novela, La hija de Homero, influenciada por aquella. Su Nausica es una princesa de espíritu libre y devoto que salva el trono de su padre de una usurpación, a sus hermanos menores de una carnicería y a ella misma de un matrimonio indeseado. Doscientos años luego de la muerte de Homero, la joven princesa siciliana pedirá en el prólogo de su tarea literaria la bendición de los dioses y que además “disimulen el fraude” que a continuación imaginará.
En su prólogo a la hermosa traducción al español de La autora de la Odisea (Athenaica Ediciones, 2022), Alberto Marina Castillo cita la observación de algún autor inglés sobre la naturaleza de Homero como una aspiración, una memoria común más que una persona, así como la advertencia del escritor griego Luciano de Samosata: “¡Alto! ¿No es la voz de una mujer recitando algo de Homero?”, que bien podrá aplicarse a esta Odisea de tres autores: Nausica/Samuel Butler/Robert Graves, mucho más que una broma erudita o una tesis polémica en la interminable querella de la cuestión homérica.
Se trata de una nueva intertextualidad. A estos autores se les sumará otro que contará la historia de una princesa antigua que escribe desde un autor del canon y voces actuales: una madre dolida, una mujer extraviada, una niña sorprendida. Flamantes disfraces y travestismos. Literatura.