Gil no quisiera perder tiempo, razón por la cual se declara ateo y anticlerical. No cree en los dogmas de la Iglesia Católica ni en sus creencias irracionales. Gilga descree de la vida eterna y de la resurrección, considera que el infierno no existe y que el diablo es una creación abusiva de la malversación de la fe. Gamés sabe que escribe esto en un país mayoritariamente católico, pero de la misma forma está convencido de que las minorías pueden expresar sus opiniones.
Lectores de fuste y fusta elogian el nuevo libro de Javier Cercas, El loco de Dios en el fin del mundo (Random House, 2025). Gilga no lo ha leído, y no sabe si lo hará, aunque reconoce en la prosa de algunos de los libros de Cercas a uno de los mejores escritores de nuestro tiempo.
Gilga no quisiera incurrir en el apotegma conocido: “no lo leí, no me gusto”, pero le parecen un tanto inexplicables los elogios al papa Francisco, sobre todo si provienen de una mente laicista y racional como la de Cercas. Chacun sa vie littéraire.
Ciertamente Bergoglio no pertenecía a la más rancia tradición de los papas, menos retrógrado si acaso y con cierta proclividad a las reformas de esa institución que siguen mil quinientos millones de personas, no a “la revolución” como ha dicho Cercas. Pero Francisco ha sido la misma harina del mismo costal, aun cuando haya sido jesuita y defensor de pobres o desposeídos.
En México
A su paso por nuestro país, el Papa dejó misas, discursos, caricias a niños inválidos, palabras de aliento a los desesperados y comentarios a propósito de todos los azotes, que no son pocos, caídos sobre las espaldas de los mexicas. No dejó pasar la oportunidad de afirmar que el Diablo se había ensañado con los mexicanos. Sí, el Diablo, no las malas decisiones de un gobierno.
El papa Bergoglio regresó a Italia en aquellos días, al Vaticano, en un largo vuelo que parecía comercial pero que, por cierto, siempre está al servicio del Sumo Pontífice. Aquel viaje dejó al menos una pregunta seria entre nosotros: ¿existe el estado laico o es una payasada que quisieron enseñarnos cuando éramos niños?
Gilga no quiere ponerse necio, pero hubo un tiempo en el cual se memorizaban algunos artículos de la Constitución: “es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, laica y federal, compuesta por estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior, y por la Ciudad de México, unidos en una federación establecida según los principios de esta ley fundamental”. Suena raro, pero dice mucho.
Ciertamente este artículo constitucional puede ser letra muerta si uno ve a los políticos mexicanos doblarse en estado de hipnosis ante los poderes de la Iglesia católica.
Adiós, Bergoglio
Resulta que como muchos mexicanos Gil no creeen Dios, ni en la Iglesia Católica, ni cree que este papa haya traído un aire de renovación. Tampoco le simpatizó Bergoglio, ni le pareció mediático y moderno, ni tiene por qué buscarle mangas al chaleco del análisis para sacarle jugo inteligente a sus discursos sobre la maldad del diablo. La existencia del diablo, a estas alturas.
Dos críticos
Savater: “Las religiones son complejos simbólicos particularmente bien acorazados ante la crítica racionalista. Si se les busca en el campo de la verdad fáctica, se refugian con agilidad en el terreno de la verosimilitud poética o de la espontaneidad psíquica; si se intenta contrastarlas con los resultados históricos de sus doctrinas, rechazan tal grosería en nombre de la intemporalidad de principios que han sido mancillados por sus agentes seculares; si se les toma en serio como teología se hacen ingenuas como el carbonero cuya fe ha quedado ascendida a paradignma (…) Si nadie les coarta ni se les enfrente saben ser perseguidores y verdugos”.
Voltaire para cerrar esta página del fondo: “el derecho a la intolerancia es absurdo y bárbaro: es el derecho de los tigres, y aún más horrible, porque los tigres no despedazan más que para comer, y nosotros nos hemos exterminado por tal o cual párrafo”.
Gil s’en va