Gil cerraba la semana hecho polvo. Así caminaba sobre la duela de cedro blanco, sin sueños, despojado de ilusiones. En su desesperanza, una luz lo iluminó, oh, sí, un libro del FCE en coedición con Biblioteca Universitaria de Bolsillo (2019): Aforismos, de Lev Tolstoi, traducido por Selma Ancira, conocedora, si alguna, de las letras rusas y gran traductora. Muchas máximas tolstoianas llenan estas páginas y, además, subrayados de Tolstoi de otros escritores. Gil arroja a esta página del fondo algunas sentencias que Tolstoi escribió a lo largo de su vida. Vamos.
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Mientras menos necesidades se tengan, más feliz es la vida: una vieja verdad que está lejos de ser aceptada por toda la gente.
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Si quieres vivir tranquilo y libre, aprende a no desear aquello de lo que puedes prescindir.
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Para mantenerse con vida, poco necesita el cuerpo; pero los caprichos del cuerpo no tienen fin.
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Si el hombre come en exceso, le es difícil no ser perezoso. Si bebe bebidas alcohólicas, le es difícil ser casto.
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Aquel que no hace nada siempre tiene numerosos ayudantes.
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El pobre que envidia al rico no es mejor que el rico.
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Vivir con una persona sólo es fácil si no te consideras superior y mejor que ella, ni la consideras a ella superior y mejor que tú.
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Es estúpido que un hombre se considere mejor que los demás hombres; pero es más estúpido que un pueblo entero se considere mejor que los demás pueblos. Y cada pueblo, la mayor parte de cada pueblo, vive en esta superstición terrible, estúpida y perniciosa.
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El tiempo oculta a la muerte. En cuanto vives en el tiempo, no puedes imaginar que éste termine.
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Tener miedo a la muerte es como tener miedo a los fantasmas, es decir, tener miedo de lo que no existe.
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Trabaja como si fueras a vivir eternamente, y actúa con la gente como si fueras a morir al día siguiente.
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Nada hay más seguro que la muerte, que nos llegará a todos y cada uno de nosotros. La muerte es más segura que el día de mañana, que la llegada de la noche al terminar el día, que el invierno al final del verano. ¿Por qué entonces nos preparamos para el día de mañana, para la llegada de la noche y para el invierno, y no nos preparamos para la muerte? También hay que prepararse para ella. Y sólo hay una preparación posible para la muerte: llevar una vida de bien: Mientras mejor es la vida, menos miedo se tiene de la muerte, y más fácil es morir. Para el santo no existe la muerte.
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Cuanto más consciente eres de tu vida, menos crees en que desaparezca la muerte.
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Podemos ver la vida como un sueño, y la muerte como el despertar.
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La muerte y el nacimiento son dos límites. Más allá de estos límites hay algo idéntico.
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Podemos ver la vida como un sueño, y la muerte como el despertar.
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La vida, sea cual sea, es un bien, el bien más grande que existe. Si decimos que la vida es un mal, lo decimos sólo en comparación con otra vida, imaginaria, mejor; pero no conocemos ninguna otra vida mejor ni podemos conocerla, y por eso la vida, sea cual seas, es nuestro bien más grande.
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El error más común y más nocivo que la gente comete es pensar que no puede recibir en esta vida toda la felicidad que desea.
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Lo más importante para ti es cómo te percibes tú a ti mismo porque de eso dependerá que seas feliz o infeliz, y de ninguna manera de cómo te perciban los demás. Y por eso no pienses en la opinión de la gente; piensa únicamente en cómo hacer que tu vida espiritual no se debilite, sino que se fortalezca.
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Sí, los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras se acerca el mesero con la charola que sostiene el Glenfiddich 15, Gamés pondrá a circular una sentencia de Seneca, subrayada por Tolstoi por el mantel tan blanco: Antes de llegar a la vejez, intenté vivir bien; en la vejez intento morir bien; para morir bien es necesario morir de buena gana.
Gil s’en va
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