‘La llamada de la tribu’

Ciudad de México /

Cuando Gil termina el día descorazonado busca libros. Así encontró La llamada de la tribu (Barcelona: Alfaguara, 2018) de Mario Vargas Llosa. En un viejo libro dedicado a Sartre y Camus escribió esta brevedad: “Un autor conquista grandes masas de lectores de la misma manera en que las pierde: misteriosa y repentinamente. La relación entre un escritor y su público es casi siempre extraña y parece fundarse no en la razón sino en los sentimientos o el instinto. Su semejanza con la pasión amorosa es sorprendente: surge de improviso y, aún en sus momentos más entrañables, tiene carácter precario”. Gil arroja un puñado de subrayado de La llamada de la tribu:

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Mi ruptura con Cuba y, en cierto sentido, con el socialismo, vino a raíz del entonces celebérrimo (ahora casi nadie lo recuerda) caso Padilla. El poeta Heberto Padilla, activo participante de la Revolución cubana —llegó a ser viceministro de Comercio Exterior—, comenzó a hacer algunas críticas a la política cultural del régimen en el año 1970. Fue primero atacado por la prensa oficial y luego encarcelado, con la acusación disparatada de ser agente de la CIA. Indignados, cinco amigos que lo conocíamos —Juan y Luis Goytisolo, Hans Manguns Enzensberger, José María Castellet y yo— redactamos en mi piso de Barcelona una carta de protesta a la que se adherirían muchos escritores en todo el mundo, como Sartre, Simone de Beauvoir, Susan Sontag, Alberto Moravia, Carlos Fuentes, protestando por aquel atropello. Fidel Castro respondió en persona acusándonos de servir al imperialismo y afirmando que no volveríamos a pisar Cuba por “tiempo indefinido e infinito” (es decir, toda la eternidad).

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… el espíritu de la tribu […] Así llama Karl Popper al irracionalismo del ser humano primitivo que anida en el fondo más secreto de todos los civilizados, quienes nunca hemos superado del todo la añoranza de aquel mundo tradicional —la tribu— cuando el hombre era aún una parte inseparable de la colectividad, subordinado al brujo o al cacique todopoderosos […].

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…esa “llamada de la tribu” de la que nos había ido liberando la cultura democrática y liberal —en última instancia, la racionalidad— había ido reapareciendo de tanto en tanto debido a los terribles líderes carismáticos, gracias a los cuales la ciudadanía retorna a ser masa enfeudada a un caudillo. Ese sustrato del nacionalismo, que yo había detestado desde muy joven, intuyendo que en él anidaba la negación de la cultura, de la democracia y de la racionalidad. Por eso había sido izquierdista y comunista en mis años mozos; pero, en la actualidad, nada representaba tanto el retorno a la “tribu” como el comunismo, con la negación del individuo como ser soberano y responsable, regresado a la condición de parte de una masa sumisa a los dictados del líder, especie de santón religioso de palabra sagrada, irrefutable como un axioma, que resucitaba las peores formas de la demagogia y el chauvinismo.

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(…) no hay que entender el liberalismo como una ideología más, esos actos de fe laicos tan propensos a la irracionalidad, a las verdades dogmáticas, igual que las religiones […] El liberalismo es una doctrina que no tiene respuestas para todo, como pretende el marxismo, y admite en su seno la divergencia y la crítica, a partir de un cuerpo pequeño pero inequívoco de convicciones. Por ejemplo, que la libertad es el valor supremo y que ella no es divisible y fragmentaria, que es una sola y debe manifestarse en todos los dominios —el económico, el político, el social, el cultural— en una sociedad genuinamente democrática. Por no entenderlo así fracasaron todos los regímenes que, en las décadas de los sesenta y setenta, pretendían estimular la libertad económica siendo despóticos, generalmente con dictaduras militares. Esos ignorantes creían que una política de mercado podía tener éxito con gobiernos represivos y dictatoriales.

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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos, mientras el mesero se acerca con la charola que soporta la botella de Grey Goose, materia prima de los gansos salvajes, pondrá a circular por el mantel tan blanco la frase de Ortega y Gasset: “No somos disparados a la existencia como una bala de fusil cuya trayectoria está absolutamente determinada. Es falso decir que lo que nos determina son las circunstancias. Al contrario, las circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter”. 

Gil s’en va


  • Gil Gamés
  • gil.games@milenio.com
  • Entre su obra destacan Me perderé contigo, Esta vez para siempre, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, Nos acompañan los muertos, El corazón es un gitano y El cerebro de mi hermano. Escribe bajo el pseudónomo de Gil Gamés de lunes a viernes su columna "Uno hasta el fondo" y todos los viernes su columna "Prácticas indecibles"
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