Cuando Gamés regresaba de los Días de Guardar se encontró con la noticia de que ha tomado fuerza la regulación contra los narcocorridos. En ocho estados de la República, mediante órdenes estatales o municipales, se han tomado medidas legislativas que se perfilan a restringir la difusión de ese género musical. Se podrían imputar castigos penales o sanciones a través de decretos o bandos de policía. Aguascalientes prohibió la interpretación de narcocorridos. En Michoacán, el gobernador firmó un decreto para prohibir esa música acompañada de sus letras. En Nayarit, lo mismo: cero corridos tumbados. Querétaro y Jalisco, en ese camino. Otros municipios ya han prohibido los corridos del narco bajo la acusación de que son apología del delito.
Prohibir es invitar
Van a perdonar a Gilga, pero no está de acuerdo con estas prohibiciones. Los narcocorridos son letras elementales, de mal gusto, simples, sonsas. Ahora mal sin bien: ¿de verdad alguien piensa que si los narcocorridos se prohíben la inseguridad disminuirá? O al revés: ¿estas canciones impulsan a los sicarios a secuestrar, matar, degollar, cocinar cuerpos? ¿No será al contrario? Si las fuerzas del Estado contienen el crimen, los narcocorridos serán apenas eso, una anécdota de una historia. ¿Si Gil ve en la televisión alacranes, después de insistir con necedad en esas visiones, se convertiría en uno de ellos, con veneno y toda la cosa?¿El bolero es una apología del suicidio? ¿La cumbia es una apología del sexo desaforado?
Lamberto Quintero
Paulino Vargas compuso “El Corrido de Lamberto Quintero” para la voz Antonio Aguilar. La canción se convirtió en un éxito instantáneo de la música regional mexicana. Vargas, hombre que venía de abajo, dueño de una memoria prodigiosa y virtuoso del acordeón fue uno de los primeros en relatar las muertes violentas de las bandas criminales que empezaban a reinar en el norte con el dinero que les dejaba el trasiego de drogas. El éxito de las canciones de Paulino Vargas ya lo había llevado a amenizar grandes fiestas, incluso las que ofrecían los presidentes López Mateos y Díaz Ordaz.
Más tarde, ya entrada la década de los ochenta, sería el músico predilecto de los capos Félix Gallardo y Caro Quintero, el sobrino de Lamberto. Ese mismo año, 1980, apareció el disco de Los Tigres del Norte “Corridos Prohibidos”, producido por el mismo Vargas. La popularidad de estos nuevos corridos, que le cantaban a héroes populares caídos, no pararía de ascender hasta nuestros días. Gil dice: si no hay un delito que perseguir que canten lo que les dé su regalada gana.
Los Alegres el Barranco
Los integrantes de Los Alegres del Barranco habían guardado silencio en redes sociales después de la polémica que generó su show del 29 de marzo en el auditorio Telmex; incluso tras salir de su comparecencia en la Fiscalía General del Estado de Jalisco, no dieron alguna declaración a los representantes de los medios.
Unas horas después de estar ante las autoridades estatales, publicaron en su cuenta oficial un fragmento de una antigua entrevista y etiquetaron al perfil de la presidenta Sheinbaum: “acabándose el narco, se acabarán los narcocorridos”. Pues no, la verdad es que los corridos de la Revolución aún se cantan.
En su sencillez, estos músicos tienen razón: “Una película, un libro no va a echar a perder al público. Los corridos son consecuencia del narcotráfico, no son causa. Acabándose el narco se acabarán los narcocorridos”, dijo Mario Quintero Lara, de los Tucanes de Tijuana, en una entrevista televisada hace más de una década.
La presentación del pasado 29 de marzo de Los Alegres del Barranco en Jalisco, donde mostraron imágenes de Nemesio Oseguera Cervantes, “El Mecho” líder del Cártel Jalisco Nueva Generación, y le cantaron “El jefe del Palenque” fue la gota que derramó el vaso para la agrupación.
Así las casas (ah, cómo extraña Gil a Bartlett), una tormenta cayó sobre los músicos, como si ellos fueran los autores de los siniestros hechos de Teuchitlán. Gil se planta: que cada quien componga, cante, escriba o pinte lo que le dé su gana si no incurre en delito alguno. ¿O no era eso la libertad de expresión?
Todo es muy raro, caracho, como diría John Russell: “La unión de la libertad y el orden es el último grado de la civilización y la perfección de la sociedad civil”.
Gil s’en va