Tratado del alma

Ciudad de México /

“Salvar las palabras de su vanidad, de su vacuidad, endureciéndolas, forjándolas perdurablemente, es tras de lo que corre, aun sin saberlo, quien de veras escribe”, consideraba la filósofa y ensayista española María Zambrano...


Gil leía a María Zambrano: Hacia un saber sobre el alma, (Madrid, España: Alianza Editorial, 2019). “Cada época se justifica ante la historia por el encuentro de una verdad que alcanza claridad en ella. ¿Cuál es nuestra verdad? ¿Cuál es nuestra manifestación? Las verdades tienen sus precursores que han pagado en alguna cárcel de olvido el delito de haber visto desde lejos.”

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La razón sola no acierta a sorprender la caza. Pero pasión y razón unidas, la razón disparándose con ímpetu apasionado para frenar en el punto justo, puede recoger sin menoscabo a la verdad desnuda.

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La verdad es el alimento de la vida, que sin embargo no la devora, sino que la sostiene en alto y la deja al fin clavada sobre el tiempo.

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“El alma es la idea adecuada al cuerpo y nada más”: Baruch Spinoza.

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Atrayente sería ir descubriendo el alma bajo aquellas formas en que ella sola ha ido a buscar su expresión, dejando aparte por el momento lo que ha dicho el intelecto acerca del alma que cae bajo él. Descubrir esas razones del corazón, que el corazón mismo ha encontrado, aprovechando su soledad y abandono.

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Escribir es defender la soledad en que se está. El escritor defiende su soledad, mostrando lo que en ella, y únicamente en ella, encuentra.

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Por la palabra nos hacemos libres, libres del momento, de la circunstancia asediante e instantánea.

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Se escribe para reconquistar la derrota sufrida siempre que hemos hablado largamente.

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Al escribir se retienen las palabras, se hacen propias, sujetas a ritmo, selladas por el dominio humano de quien así las maneja.

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Salvar las palabras de su vanidad, de su vacuidad, endureciéndolas, forjándolas perdurablemente, es tras de lo que corre, aun sin saberlo, quien de veras escribe.

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Escribir viene a ser lo contrario de hablar; se habla por necesidad momentánea e inmediata, y al hablar nos hacemos prisioneros de lo que hemos pronunciado, mientras que en el escribir se halla liberación y perdurabilidad —sólo se encuentra liberación cuando arribamos a algo permanente—.

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Quiere decir el secreto; lo que no puede decirse con la voz por ser demasiado verdad; y las grandes verdades no suelen decirse hablando. La verdad de lo que pasa en el secreto seno del tiempo, en el silencio de las vidas, y que no puede decirse. “Hay cosas que no pueden decirse”, y es cierto. Pero esto que no puede decirse, es lo que se tiene que escribir.

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Afán de desvelar, afán irreprimible de comunicar lo desvelado; doble tábano que persigue al hombre, haciendo de él un escritor. ¿Qué doble ser es ésta? ¿Qué ser incompleto es éste que produce en sí esta sed que sólo escribiendo se sacia? ¿Sólo escribiendo? No sólo por el escribir, pues lo que persigue el escritor, ¿es lo escrito, o algo que por lo escrito se consigue?

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Un libro, mientras no se lee, es solamente ser en potencia, tan en potencia como una bomba que no ha estallado. Y todo libro ha de tener algo de bomba, de acontecimiento que al suceder amenaza y pone en evidencia, aunque sólo sea con su temblor, a la falsedad […] Por eso es un acto de fe, como el poner una bomba o el prender fuego a una ciudad; es un acto de fe, como el lanzarse a algo cuya trayectoria no es por nosotros dominable.

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Y sólo llegarán a tener público, en la realidad, aquellas obras que ya lo tuvieren desde un principio. Y así el escritor no necesita hacerse cuestión de la existencia de ese público, puesto que existe con él desde que comenzó a escribir. Y eso es su gloria, que siempre llega respondiendo a quien no la ha buscado ni deseado, aunque sí la presiente y espera para transmutar con ella la multiplicidad del tiempo, ido, perdido, por un sólo instante, único, compacto y eterno.

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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el mesero se acerca con la charola que soporta el Grey Goose, materia primera de los gansos salvajes. Gamés pondrá a circular las frases de Henri Michaux por el mantel blanco: “el alma es un océano bajo la piel”. 

Gil s’en va

  • Gil Gamés
  • gil.games@milenio.com
  • Entre su obra destacan Me perderé contigo, Esta vez para siempre, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, Nos acompañan los muertos, El corazón es un gitano y El cerebro de mi hermano. Escribe bajo el pseudónomo de Gil Gamés de lunes a viernes su columna "Uno hasta el fondo" y todos los viernes su columna "Prácticas indecibles"
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