La estrella de Gil era la melancolía. Aigoeei, Gamés sigue instalado en la poetry. Mientras la vaga luz de la morriña iluminaba la vida de Gilga, algo refulgía: el dinero. Ah, el dinero, el sucio dinero. Resulta que Zuckerberg, el propietario de Meta, acudió al pódcast de Joe Rogan. De golpe, Gil recuperó su poderío viril y todo se iluminó en las páginas de su periódico MILENIO y la nota de Joseph Berstein del New York Times: “El mundo empresarial está bastante castrado culturalmente —opinó el director ejecutivo de Meta—. Una cultura que celebra un poco más la agresividad tiene sus propios méritos. La energía masculina es buena”. Ah, al fin la verdad: los hombres tienen poder viril; ellas, no poseen nada.
Zuckerberg elogió las virtudes masculinas apenas unos días antes de que Donald Trump regresara a la Casa Blanca, donde muchos de sus partidarios esperan que encarne una energía similar. “Durante su campaña presidencial, Trump recorrió una serie de pódcast con grandes audiencias, en su mayoría masculinas (entre ellos The Joe Rogan Experience, Impaulsive y This Past Weekend with Theo Von) en un esfuerzo por atraer a los jóvenes desligados de la política”.
Oigan, en serio, ocurre en Estados Unidos un cataclismo y salvo los observadores liberales nadie parece darse cuenta. Desde las elecciones, muchos comentaristas políticos han intentado encontrar un lenguaje para hablar de estos podcasteros y de la formación masculina a la que le dan voz. “Manósfera” se ha convertido en el término más común para referirse a una amplia gama de contenidos mediáticos dirigidos a los hombres.
Gil no da crédito y cobranza. En un extremo, la masculinidad incorpora a influencers explícitamente misóginos como Andrew Tate, que ha dicho que las mujeres no deberían votar y que son responsables de las agresiones sexuales que reciben. En el otro, está el canal de YouTube del influencer de superación personal y neurocientífico Andrew Huberman, que da consejos sobre la higiene del sueño.
La manósfera
La manósfera parecería una forma elegante para definir el onanismo, pero no, el término “manósfera” se refiere a la franja más extrema de las comunidades online. En estos espacios, a menudo denominados “rincones oscuros de internet”, merodeaban los “incels”, abreviatura de “célibes involuntarios”, que están convencidos de que no pueden encontrar pareja sexual y culpan a las mujeres de ello. Cierto que a veces las mujeres se pasan, lo que sea de cada quien. Mju. Señoras y señores, hemos regresado a la edad de las cavernas. Se ha perdido todo lo que se ganó en más de un siglo de batallas sociales, la rebelión de la intimidad. Y son los ricos, extraordinariamente ricos, quienes encabezan esta regresión salvaje. Pobre Gamés, ya nada entiende.
Círculo de riqueza
La nota del Times explica: “en la toma de posesión de Trump, entre los invitados se encontraban el luchador de MMA Conor McGregor; el director ejecutivo de Ultimate Fighting Championship, Dana White; el boxeador e influencer Jake Paul y su hermano Logan, luchador e influencer. Sentado cerca del presidente, con sus compañeros multimillonarios, incluido Zuckerberg, estaba Elon Musk, cuya plataforma de medios sociales X se ha convertido en la página de inicio de esta masculinidad revigorizada. Eran celebridades en la ceremonia más importante de la política estadunidense, no hombres marginales”.
Acosador
Trump, acusado de conducta sexual inapropiada (así se dice) por más de 20 mujeres a lo largo de los años, parecía la encarnación de época de la misoginia que las mujeres habían aprendido a reconocer en la televisión y el cine, en las portadas de las revistas y en los anuncios, en los campus universitarios y en las salas de juntas. La sensación de que la misoginia era omnipresente en la vida estadunidense culminó con el movimiento #MeToo. Decenas de hombres de alto perfil se vieron obligados a abandonar la esfera pública, al menos por un tiempo, tras ser acusados de diversas agresiones sexuales.
Gil intenta comprender quiénes votaron por el Hombre Naranja. Existía una especie de sospecha generalizada sobre las actitudes y los apetitos masculinos, sujetos a un torrente de oprobio con un solo tuit.
Todo es muy raro, caracho, como diría Chaplin: “No hay día más perdido que aquel en que no hemos reído”.
Gil s’en va