Padecimos y padecemos en México lo que empiezan a padecer en Estados Unidos y en el mundo, una forma de comunicación autoritaria que podríamos llamar “distracción estratégica”.
Me refiero a la manera como el presidente Trump ocupa el espacio mediático sin parar, disparando a todas partes, con frecuencia y sorpresa inalcanzables para la comprensión, ya no digamos de la ciudadanía, sino de los medios profesionales.
No hay respiro ni en el Super Bowl. El flujo de órdenes ejecutivas, ocurrencias descabelladas, instrucciones ilegales, decisiones anticonstitucionales, amenazas económicas, planes expansionistas, indultos criminales, atentados contra instituciones o cierre de dependencias gubernamentales es un diluvio.
El flujo loco inunda todo el terreno, como dice Adam Roberts, editor digital de The Economist, y no hay tiempo para explorar nada con la profundidad o la precisión que se requiere.
La facundia ensordecedora no es sólo un estilo, también es una estrategia, y no de ahora, la proponía desde el primer gobierno de Trump su entonces gurú Steve Bannon. Pero nunca fue practicada con la intensidad que tiene ahora en manos de Trump.
El fin de la distracción estratégica es que la multiplicidad oculte el propósito de fondo, que mantenga a la sociedad y a los medios comiendo de la palabra impredecible del presidente Trump, mientras el diseño último de la barahúnda se mantiene en secreto.
Vivimos ya en México el éxito de esa estrategia con el gobierno pasado, que, en medio de sus disparos diarios de distracción estratégica, mantuvo claro el rumbo, el propósito político fundamental: concentrar el poder y constitucionalizarlo, mediante un triunfo en las urnas pensado como una elección de Estado desde el primer día.
Hemos vivido aquí algo parecido al autogolpe que según Paul Krugman, comentado ayer aquí, es el propósito fundamental de Trump.
Aquí, como allá, hay resistencia a llamar autogolpe nuestro autogolpe y dictadura lo que puede resultar de él, porque a ésta última le faltan algunas piezas constitucionales, sin las cuales sería menos contundente.
Creo que a Trump le faltan más pasos de los que faltan en México, pero su capacidad de distracción estratégica no vuela en el AIFA, sino en el Air Force One.