El año próximo a la misma hora es el título de la primera obra en la que tuve el enorme gusto de ver a Silvia Pinal en teatro. En esa puesta en escena ella daba vida (junto con Héctor Bonilla) a una pareja de amantes que se encontraban un fin de semana cada año, a lo largo de tres décadas.
Recuerdo la impresión que me causó verla “en vivo”; y más aún en una historia en la que entre cada escena mediaban 5 años hasta sumar 30 y con la magia teatral (pelucas y vestuario, pero sobre todo actuación) el público los veíamos envejecer en tan solo 90 minutos.
Años después, esa misma transformación, de jovencita a anciana, realizaba la gran actriz en la obra La señorita de Tacna, de Mario Vargas Llosa. Un montaje que le valió ovaciones y premios.
Esa maleabilidad era una de las muchas características de doña Silvia, quien sin duda vivió muchas vidas a lo largo de sus más de nueve décadas, mismas que cerraron un capítulo el jueves pasado con su fallecimiento.
Doña Silvia Pinal fue uno de los pilares en el mundo del espectáculo mexicano en las últimas siete décadas. Siendo aún muy jovencita debutó en teatro, y rápidamente su talento y belleza la llevaron al cine, donde se convirtió en gran estrella.
Sin embargo, a diferencia de otras figuras capitales de la época de oro del cine mexicano, la señora Pinal nunca abandonó el teatro, y tuvo una presencia constante y sólida en la televisión; amén de su desempeño en la vida política y sindical.
En teatro participó en decenas de montajes. En sus inicios se recuerdan Celos del aire, La loca de Chaillot, El cuadrante de la soledad, La Sed, Anna Christie, Aló, Aló, número equivocado, Cualquier miércoles, con el que se inauguró el teatro Manolo Fábregas.
Su carrera dio un salto triple, mortal, con grado 10 de dificultad cuando se lanzó a la aventura de traer a México un musical de Broadway. Fue en 1958 cuando produjo y protagonizó Ring, Ring llama el amor, dirigida por Luis de Llano Palmer y representada en el Teatro del Bosque.
A aquel musical siguieron otros que el público guarda con admiración y cariño en la memoria, como Irma la dulce, ¡Qué tal Dolly!, Annie es un tiro, Gypsy, y el que sin duda fue su mayor éxito en este género: Mame, que gracias a su éxito, La Pinal montó en tres ocasiones (1972, 1985 y 1989).
En otros géneros brilló también en puestas en escena como Anna Karenina, Debiera haber obispas, Leticia y Amoricia, Amor, dolor y lo que traía puesto, y Adorables enemigas, con la que hizo más de 400 funciones, y en la que tuve el honor de trabajar a su lado, como director de prensa de MejorTeatro, compañía del productor Morris Gilbert.
Y por si fuera poco, Doña Silvia construyó dos teatros: el Silvia Pinal (ahora convertido en iglesia) y el Diego Rivera, que ha sido rebautizado justamente como Nuevo Teatro Silvia Pinal.
Empresaria, productora, promotora, cantante, bailarina, actriz…
Los personajes protagónicos de Mame y ¡Qué tal Dolly! parecen haber sido escritos especialmente para ella. Es más, hasta pudiera pensarse que los autores se inspiraron en doña Silvia para escribirlos.
Mame y Dolly, dos mujeres que tomaron cuerpo en el de Silvia Pinal. Tres mujeres a las que el mundo nunca se les cierra; que nunca se cansan, echadas pa’lante siempre; optimistas, trabajadoras, luchonas…
Así era doña Silvia Pinal, para quien nunca se cerraban las puertas. Ella, como Napoleón Bonaparte, podía haber afirmado: La palabra imposible no existe en mi diccionario.
Por ello es que dije arriba que el jueves pasado se cerró un capítulo en su existencia, pues emprendedora y talentosa como fue, es y será, donde ande volverá a cantar como la tía Mame: Yo soy la juventud.