Hay un lobo que se come el sol todos los inviernos

Ciudad de México /

Umberto Eco en su libro Apostillas a El nombre de la rosa explica la importancia vital que tiene el título para una novela, una película, una obra de teatro… El título debe ser a un mismo tiempo resumen, pregunta, planteamiento, interrogante, ofrecimiento, gancho…

Este pensamiento viene a mi mente cuando me invitan a ver Hay un lobo que se come el sol todos los inviernos; y me pregunto ¿De qué puede tratar un montaje con ese título? A primera vista suena a misterio, a suspenso, quizá hasta terror.

También podría ser algo muy poético, incluso metafísico.

A la intriga que me despierta el título hay que sumar otros elementos capitales de una puesta en escena. Empezaré por dos: director y elenco. Y en este caso son dos factores que me convencen de inmediato que debo ir a verla: Cristian Magaloni y Roberto Beck (director y protagonista, respectivamente), de quienes he escrito en múltiples ocasiones y cuyos trabajos (juntos o separados) me parecen estupendos, y en este caso brillantes, realmente brillantes.

Escrita por Gibrán R. Portela, Hay un lobo… es una obra brutal, que habla de un mundo de hoy, con sus diversos problemas, angustias, ansiedades, tristezas, soledades. La trama se va construyendo como un rompecabezas, salta del presente a diversos pasados en los que poco a poco se descubren secretos que han llevado a los personajes a una situación límite y al parecer irresoluble.

Ganadora del premio Nacional de Dramaturgia Emilio Carballido, Hay un lobo… es un botón de muestra del talento y versatilidad de su autor, a quien muy probablemente el espectador ubique como guionista de filmes como Güeros, La región salvaje, y La jaula de oro (junto a Diego Quemada-Diez y Lucía Carreras) y de series televisivas como Un extraño enemigo y Diablero.

Además, obtuvo el premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo por su obra Alaska.

Si hay un denominador en sus escritos es la negrura, la densidad, la fatalidad, y en Hay un lobo… se cumple con exactitud.

Y Cristian Magaloni sabe sacarle provecho a eso.

El montaje está lleno de escenas oníricas que si bien deben estar planteadas en el texto dramático, es la mano del director (junto con el resto de los creativos) lo que las hace posible. La iluminación y escenografía son de Miguel Moreno.

Esta producción cuenta con las actuaciones de Roberto Beck, sin duda uno de los actores más talentosos de su generación, y que apenas el año pasado recibió el premio Metro como el mejor actor del año por la puesta en escena Inteligencia actoral.

Roberto está, nuevamente, excelente en su muy difícil personaje, pues de la timidez de un niño pasa al cinismo del adulto, a la angustia del adolescente; y lo vemos transitar del hijo abandonado al hermano demandante, al amigo peligroso…

Estupendo trabajo de este elenco que literalmente entra y sale de la acción sin abandonar la escena. Gran trabajo de Pilar Ixquic Mata, Manuel Gorka, Julio César Luna, Fernando Rebeil y Fabiola Villapando.

A ellos hay que agregar a Natalia Pérez Turner por la música en vivo.

Hay un lobo que se come el sol todos los inviernos, una muestra del teatro mexicano contemporáneo, valiente, audaz, irreverente, propositivo, que vale mucho la pena ver.

Hay un lobo que se come el sol todos los inviernos se presenta los martes en la sala A de La teatrería, ubicada en la calle de Tabasco, en la colonia Roma.

Un título como éste encierra un gran montaje, que no hay que perderse. Que razón tenía Umberto Eco: un buen título debe ser la puerta de entrada a la maravilla de los escenarios,


  • Hugo Hernández
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