De pronto surgen espacios que dan cabida a la venta de artesanías, pero a veces, por las prisas del viandante, pasan inadvertidos, como es el de la calle Doctor Mora, el más reciente, vecino de la Alameda Central, donde muñecas Lelé, entre ellas una giganta, dan la bienvenida junto a sus creadoras otomíes, etnia propietaria de la marca, cuyos antepasados la confeccionaron para arrullar a sus bebés y de cuyo tarareo nació el nombre.
Otomíes y demás etnias se han desplazado a Ciudad de México y a otras partes del país, ya que en sus pueblos de origen carecen de trabajo para sobrevivir, de modo que su único sustento es la siembra de maíz, pues viven en tierras magras; una causa más, en ocasiones, es porque son desplazados por la violencia y no tienen más alternativa que migrar.
Subsecuentes gobiernos, presionados por organizaciones de pueblos originarios, les han permitido vender sus productos en algunos lugares de la ciudad, pero ellos cada vez son más y deben desplazarse a banquetas del primer cuadro, lugares donde no está permitido.
Entonces surgen problemas.
Los conflictos han escalado a grado tal que piquetes de policías preventivos son comisionados para vigilar zonas prohibidas para la venta, como sucede alrededor de la Alameda Central, donde también integrantes de colectivos mestizos, la mayoría mujeres, se niegan a dejar los espacios, pues pretextan que el trabajo es un derecho constitucional.
Y es cuando surgen empujones y vuelan elotes cocidos y agua hirviendo y empujones contra hombres y mujeres policías, incluso golpes, pues los invasores se oponen al desalojo.
Por eso han surgidos lugares tolerados para vender. Uno de estos es Plaza de la Solidaridad, entre Balderas y Juárez, donde se forma una especie de feria de pueblo, igual que diferentes zonas de Ciudad de México, donde a veces es difícil de transitar. Es lo que sucede alrededor de Plaza Pino Suárez. Un lugar regentado por históricos líderes de vendedores ambulantes.
Al paso del tiempo han surgido plazas que les dan cabida. Para algunos comerciantes, sin embargo, poco o nada se vende, aunque estén en lugares privilegiados, como en Garibaldi. La mayoría aguarda a que lleguen clientes; otros se van, pues el panorama se torna difícil.
Un iniciador de proyectos para gente creativa y necesitada, además de admirador de artesanías mexicanas, es Jesús Navarro Reyes, un economista egresado del IPN, por quien el reportero ha logrado escudriñar nuevos espacios. Hace poco Navarro Reyes, lleno de contento, descubrió uno más donde practican el arte huichol en una plaza.
“Maestro”, dijo, “en la calle Doctor Mora, cerca de la Alameda, hay artesanos muy buenos; uno de ellos es maestro huichol que no te imaginas lo fregón que es”. Pero aquel viernes no estaba el aludido, aunque sí uno de sus compañeros, pues se había desplazado a la alcaldía Iztacalco.
Y es que los artesanos deben moverse para promover sus productos, pues no les conviene estar en un solo lugar. Todos nacieron en zonas del país donde subsisten de vender o fueron expulsados por la violencia, por lo que la capital, para ellos y sus descendientes, ha sido un refugio.
Los propios huicholes de Nayarit y entidades circunvecinas, cuyo territorio ha sido rodeado por la delincuencia organizada, son un ejemplo. Si no es el crimen, es la pobreza; o por ambos quedan atrapados.
Por eso llegaste al centro artesanal Doctor Mora, vecino de la Alameda Central, y lo primero que encuentras es a la familia Felipe Mariano, madre e hija, de la comunidad otomí radicada en ciudad de México.
Ellas venden una muñeca típica de su región, el producto más representativo, y otros más que también tejen con delicadeza. “Tenemos una variedad de artesanía hechas por mi mamá y por mi”, comenta Adriana Felipe Mariano. “La principal es la muñeca Lelé, las famosas muñecas Lelés”, dice orgullosa.
—Y de todos los tamaños.
—Sí, gigantescas, grandes, medianas, chicas, y la famosa Don Chú, que es ésta. Don Chú, jaja, sí, y también tenemos los monederos y canastos, grandes y pequeños. Igual es para el detalle tenemos las mochilas.
—Y tienen bolsas.
—Sí, tenemos estas bolsitas de las Lelés, también mandiles como el que traigo, pero en modelos diferentes.
Y como el cliente lo pida, también hacen las muñecas con diferentes matices, informa Adriana, parte de las nuevas generaciones que han añadido otros accesorios a la muñeca, sin perder la base original.
“Somos residentes de la Ciudad de México, pero venimos del estado de Querétaro, de un pueblito llamado Santiago Mezquititlán Bonfil”, precisa Adriana, quien añade: “También hacemos estas diademas”.
—En forma de trenzas…
— Ahora sí que la forma en que trenzamos a las muñecas, de ahí se nos hizo la idea. Y esta es como la de la Frida, mire. Las floreamos como la de la Frida— dice en referencia a Frida Kahlo.
Enseguida está Carolina de la Cruz, originaria de Zontecomatlán, de la Sierra Norte de Veracruz, perteneciente a la huasteca baja, quien no ha perdido sus costumbres, a pesar de que llegó a los 11 años de edad, hace más de cinco décadas. Ella vende accesorios bordados a mano, como collares y pulseras.
Y hay más artesanos y artesanías en este pequeño espacio, quizás privilegiado por el paso de turistas.
Otros artesanos, sin embargo, deben desplazarse hacia otras zonas de la ciudad, pues no siempre es redituable estar en el mismo lugar; y aunque la intención de las autoridades es que no invadan banquetas ni parques públicos, como sucede a menudo en la Alameda Central, parece que la expansión del comercio callejero es un cuento de nunca acabar.