Nuestras reacciones nos describen. Ante la misma desgracia, unas personas lloran y otras, en cambio, sueltan una carcajada. Reírse no es sinónimo de frivolidad, puede ser una forma de abarcar con la sonrisa todo el despropósito del mundo, una forma de entristecerse jovialmente manteniendo el compañerismo con los demás. Es cierto que hay mucha risa intrascendente, pero también existe esa risa que surge de nuestros dolores ocultos y expresa, en la fragilidad y en la angustia, identificación y simpatía.
Entre los griegos de la Antigüedad había dos filósofos que encarnaban actitudes opuestas ante la realidad. Se contaba que Heráclito, considerando lamentable la condición humana, aparecía siempre en público con la cara triste y los ojos humedecidos por las lágrimas, y en cambio Demócrito, que opinaba lo mismo sobre sus congéneres, aparecía siempre risueño. Demócrito, inventor de la teoría de los átomos, era un sabio con buen humor. Consideraba que la felicidad era cuestión de buen temperamento, de ánimo y de contento. No hay que pensar que los catastrofistas se preocupan más de los problemas. La gente alegre puede tener la mirada alerta, interesarse a fondo por la realidad y mantenerse preparada para reaccionar. La vida está llena de tareas y muchas veces nos embarcamos en ellas con la duda de si el barco hace aguas. Hoy Demócrito nos diría que más vale aceptar lo que está en juego y emprender toda una serie de esfuerzos para seguir a flote. Conviene que en la travesía no nos falte el humor. Para no hundirnos durante las tormentas, mejor quitarle hierro a las cosas.