Hace 30 años, la administración de Carlos Salinas de Gortari concretó uno de los acuerdos comerciales de mayor trascendencia para la región y para el mundo. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte, TLCAN, por sus siglas en español. Durante estas tres décadas, los resultados del tratado han estado llenos de claroscuros para los tres países involucrados, en especial para México y Estados Unidos. No se pueden negar los beneficios económicos que este acuerdo ha generado en algunas regiones tanto de nuestro país como de nuestro vecino, así como tampoco se pueden negar las deudas del acuerdo para amplios sectores de la sociedad y que son producto de un modelo económico que hoy está en entredicho.
La reciente victoria de Donald Trump en Estados Unidos y sus amenazas de campaña con respecto a la naturaleza del tratado que él mismo renegoció y rebautizó como USMCA en su país (T-MEC en el nuestro) y que calificó como “el mejor tratado de la historia”, han encendido las alarmas en México – y en Canadá también-. Incierto es el mejor calificativo que podría definir el futuro cercano con respecto a este y muchos otros temas dentro de la copiosa agenda que el nuevo gobierno estadounidense pretende poner en marcha desde su día uno en el despacho oval. En ese sentido, quiero evitar cualquier especulación irresponsable o de corte alarmista sobre el posible “futuro fatídico” que le espera a México una vez que Donald Trump asuma el cargo.
Tampoco quiero pecar de optimista y no reconocer que la segunda presidencia del republicano va a significar un enorme desafío para nuestro país y para el mundo, pero prefiero hacerlo desde la contención y no a partir de la histeria. Pensemos con la cabeza fría.
Vayamos por partes. Los antecedentes. En un artículo reciente para el New York Times, Thomas L. Friedman, que no es precisamente un simpatizante de Trump, reconocía en él su afección por los “grandes tratados”, haciendo alusión al plan de paz que sugería la posibilidad de dos estados -para resolver el conflicto entre Israel y Palestina- y que fue elaborado por el mismísimo republicano y su yerno, Jared Kushner. Aunque en el artículo Friedman se muestra más bien pesimista respecto al futuro pacifico del conflicto en Medio Oriente, destaca el hecho de que señalara la oportunidad de que Donald Trump pase a la historia como un presidente pacificador. A Trump no le gustan las guerras y hará lo posible para que el bolsillo de los contribuyentes de su país deje de ser expoliado por conflictos que no les benefician. La pregunta es cómo logrará eso, tanto para el caso de Israel y Palestina como para el de Ucrania y Rusia.
Esta misma lógica aplica para el tema económico. En una reciente entrevista en Televisa, Mauricio Meschoulam sostenía que Trump es alguien con quien puedes negociar, la clave está en qué es lo que le vas a ofrecer. En el mismo tenor y a razón del lanzamiento de sus memorias, la excanciller alemana Angela Merkel declaró algo similar en una entrevista para el diario español El País.
Hay que entender qué gran parte de esta reorganización comercial que Estados Unidos ha estado impulsando desde la era de Obama tiene que ver en gran medida con aspectos de seguridad nacional, desde luego por ahí pasen el coste de la vida, ingresos promedio de los estadounidenses, la identidad nacional -lo que sea que eso signifique-, la migración y demás estrategias que tanto le han redituado al republicano. En ese sentido, la apertura comercial, la globalización y el estrechamiento de las relaciones políticas y comerciales con China le resultó contraproducente a Estados Unidos: el mercado externo chino empezó a comerse al interno estadounidense y el espionaje vía componentes electrónicos en equipos de los servicios de inteligencia de nuestro vecino y que provenían de China provocó, por razones obvias, que Washington tomará cartas en el asunto. Quizá la expresión más radical de ese actuar esté en la agenda de Donald Trump, hasta cierto punto comprensible ante las enormes huecos que produjo el modelo globalizador y de apertura comercial.
Ante un escenario cómo este ¿Trump será capaz de dinamitar por completo al T-MEC? ¿Habrá resistencia por parte de la élite económica de su país? ¿Habrá espacio para negociar o su enorme mandato popular lo llevará a asumir incluso los costos de una guerra de aranceles? ¿Qué papel jugará Canadá tomando en cuenta el periodo electoral que se avecina? ¿Hasta qué punto México será capaz de negociar y atender las demandas del republicano? ¿Logrará nuestro país aplazar la revisión hasta después de las intermedias con la esperanza de que un Congreso dividido pueda detener los ímpetus más disruptivos del republicano?
Esas preguntas le están quintando el sueño a más de uno en Norteamérica. Las posibles respuestas las conoceremos a partir del 20 de enero. Y más allá de lo que publiqué o no Donald Trump en cualquier red social, lo que importa es qué hará una vez que asume el poder, en el interín, para quienes analizamos la política nacional e internacional, nuestro deber es la mesura frente a las tentaciones del exceso.