Después de un ir y venir debido a discrepancias en el acuerdo que le pondrá, por ahora, una pausa a los bombardeos entre Israel y Hamás, finalmente este domingo 19 de enero iniciará un cese al fuego y el intercambio de rehenes. Una medida ansiada tanto por los palestinos como por los israelíes, cansados de vivir en la incertidumbre y el pánico.
Con toda sinceridad, espero, de verdad que el futuro de esta negociación sea el camino para una reconciliación y le ponga fin a este terrible conflicto que ha destrozado la vida de miles en esa región de Medio Oriente.
Dicho esto, me gustaría ahondar un poco en las implicaciones que esto tendrá a futuro, no solo para las partes involucradas, sino para otros conflictos que amenazan la estabilidad de Occidente y sobre cómo se reorganizará el mundo en los próximos años.
Entender el factor Trump en este nuevo orden global es clave para, de una vez por todas, aceptar que estamos entrando en una nueva fase para Occidente, el capitalismo y el tablero de la geopolítica. El experimento de la globalización falló y el nuevo liderazgo estadounidense pretende corregirlo (habrá que ver si lo logra y en qué condiciones lo hace). Lo que estamos viendo ahora, posiblemente serán las bases de un correlación de fuerzas tripartita entre las tres principales potencias del mundo: Estados Unidos, China y Rusia.
Si algo tiene claro Donald Trump, y su arrolladora victoria electoral en cierto sentido le da la razón, es que Estados Unidos ha gastado demasiado tiempo y recursos en conflictos inútiles que no le generan ningún beneficio: la guerra en Gaza y en Ucrania son algunos ejemplos claros de distracciones que impiden resolver las urgentes necesidades de los estadounidenses. Dado que el discurso y la política de la colaboración internacional dieron lo que tenían que dar, y a ojos de muchos, los frutos fueron pocos, lo que importa ahora es proteger el interés nacional. Y Estados Unidos no es el único que navega con estos vientos.
Para la nueva administración estadounidense, concretar acuerdos que pongan un fin, aunque sea momentáneo, a las guerras que más le quitan recursos y atención (Palestina y Ucrania) le permitirá redirigir sus esfuerzos para, según su criterio, regresar a la época de esplendor y respeto que Estados Unidos perdió desde la era de Obama. Y eso implica que la colaboración que haga Estados Unidos con sus otrora aliados ya no será tan laxa ni permisiva: la protección estadounidense a naciones amigas se dará en otras condiciones y tendrá mayores costos; la apuesta sobre la mesa será, lo tomas o lo dejas Eso implica también que quizá, la doctrina Monroe y el Destino Manifiesto se renueven e incrementen sus alcances.
Aunque en las negociaciones para el alto fuego en Gaza que acaban de firmarse, el gobierno saliente de Biden también tuvo injerencia, lo cierto es que la inminente llegada de Trump al Despacho Oval fue lo que le dio velocidad y esa medalla va a relucir en la inauguración del próximo 20 de enero y pavimenta, además, la posibilidad de una tregua entre Ucrania y Rusia. Si en los primeros meses de la nueva era Trump se consolidan acuerdos que permitan una paz temporal en territorios de Ucrania y Rusia y Palestina e Israel, el camino hacia una nueva organización global -o repartición del pastel si se quiere- estará en marcha.
El nuevo paradigma político que esto arroje tiene escenarios positivos y negativos. En lo positivo, un alto al fuego siempre es lo deseado. En lo negativo, las condiciones de los acuerdos y hasta qué punto estén dispuestas o no a ceder las partes involucradas, puede marcar la diferencia entre conseguir una relativa paz o seguir en guerra. Y todo esto está por verse.
Está por verse también si los regímenes teocráticos en Medio Oriente le cederán así como así zonas de influencia a EUA y a Israel y si ISIS no resurgirá en Siria. Se verá también si China o Rusia no buscarán neutralizar cualquier acuerdo que les perjudique. Lo único que por ahora tenemos claro es que Donald Trump viene a cambiar las reglas del juego, si será uno mejor o peor, lo sabremos en corto.
Después de un ir y venir debido a discrepancias en el acuerdo que le pondrá, por ahora, una pausa a los bombardeos entre Israel y Hamás, finalmente este domingo 19 de enero iniciará un cese al fuego y el intercambio de rehenes. Una medida ansiada tanto por los palestinos como por los israelíes, cansados de vivir en la incertidumbre y el pánico.
Con toda sinceridad, espero, de verdad que el futuro de esta negociación sea el camino para una reconciliación y le ponga fin a este terrible conflicto que ha destrozado la vida de miles en esa región de Medio Oriente.
Dicho esto, me gustaría ahondar un poco en las implicaciones que esto tendrá a futuro, no solo para las partes involucradas, sino para otros conflictos que amenazan la estabilidad de Occidente y sobre cómo se reorganizará el mundo en los próximos años.
Entender el factor Trump en este nuevo orden global es clave para, de una vez por todas, aceptar que estamos entrando en una nueva fase para Occidente, el capitalismo y el tablero de la geopolítica. El experimento de la globalización falló y el nuevo liderazgo estadounidense pretende corregirlo (habrá que ver si lo logra y en qué condiciones lo hace). Lo que estamos viendo ahora, posiblemente serán las bases de un correlación de fuerzas tripartita entre las tres principales potencias del mundo: Estados Unidos, China y Rusia.
Si algo tiene claro Donald Trump, y su arrolladora victoria electoral en cierto sentido le da la razón, es que Estados Unidos ha gastado demasiado tiempo y recursos en conflictos inútiles que no le generan ningún beneficio: la guerra en Gaza y en Ucrania son algunos ejemplos claros de distracciones que impiden resolver las urgentes necesidades de los estadounidenses. Dado que el discurso y la política de la colaboración internacional dieron lo que tenían que dar, y a ojos de muchos, los frutos fueron pocos, lo que importa ahora es proteger el interés nacional. Y Estados Unidos no es el único que navega con estos vientos.
Para la nueva administración estadounidense, concretar acuerdos que pongan un fin, aunque sea momentáneo, a las guerras que más le quitan recursos y atención (Palestina y Ucrania) le permitirá redirigir sus esfuerzos para, según su criterio, regresar a la época de esplendor y respeto que Estados Unidos perdió desde la era de Obama. Y eso implica que la colaboración que haga Estados Unidos con sus otrora aliados ya no será tan laxa ni permisiva: la protección estadounidense a naciones amigas se dará en otras condiciones y tendrá mayores costos; la apuesta sobre la mesa será, lo tomas o lo dejas Eso implica también que quizá, la doctrina Monroe y el Destino Manifiesto se renueven e incrementen sus alcances.
Aunque en las negociaciones para el alto fuego en Gaza que acaban de firmarse, el gobierno saliente de Biden también tuvo injerencia, lo cierto es que la inminente llegada de Trump al Despacho Oval fue lo que le dio velocidad y esa medalla va a relucir en la inauguración del próximo 20 de enero y pavimenta, además, la posibilidad de una tregua entre Ucrania y Rusia. Si en los primeros meses de la nueva era Trump se consolidan acuerdos que permitan una paz temporal en territorios de Ucrania y Rusia y Palestina e Israel, el camino hacia una nueva organización global -o repartición del pastel si se quiere- estará en marcha.
El nuevo paradigma político que esto arroje tiene escenarios positivos y negativos. En lo positivo, un alto al fuego siempre es lo deseado. En lo negativo, las condiciones de los acuerdos y hasta qué punto estén dispuestas o no a ceder las partes involucradas, puede marcar la diferencia entre conseguir una relativa paz o seguir en guerra. Y todo esto está por verse.
Está por verse también si los regímenes teocráticos en Medio Oriente le cederán así como así zonas de influencia a EUA y a Israel y si ISIS no resurgirá en Siria. Se verá también si China o Rusia no buscarán neutralizar cualquier acuerdo que les perjudique. Lo único que por ahora tenemos claro es que Donald Trump viene a cambiar las reglas del juego, si será uno mejor o peor, lo sabremos en corto.