Horas non numero nisi serenas. Yo sólo cuento las horas serenas. Los relojes de sol medievales tenían esta inscripción que nos invita a preguntarnos: mientras estoy despierto, ¿cuántas horas serenas paso al día?
La inscripción en un reloj del siglo XXI diría time is money. No hay tiempo que perder, dicen pero, con mucha frecuencia, el tiempo perdido deja ganancias importantes.
El monje cisterciense Agustí Altisent, que vivía en el monasterio de Poblet, Cataluña, comparte en su libro (Reflexiones de un monje, 2010) su idea del claustro: “Un gran espacio dedicado a la luz, al gozo. Un espacio inútil no destinado al rendimiento. Pero, por lo mismo, un espacio que dilata el espíritu”.
Ese espacio inútil se parece a las horas serenas que “no son un vacío a llenar, sino una plenitud donde residir con cierta holgura”. Aunque la lógica utilitarista de nuestro tiempo va en sentido contrario, “el espacio es aprovechado hasta el máximo, es decir, hasta anularlo”, dice el monje.
No sería descabellado leer estas ideas sobre el claustro del monasterio como una metáfora y proponer, pensando en las horas serenas que ya no tenemos, abrir en la cabeza “un espacio inútil no destinado al rendimiento” e inaugurar, en ese espacio, “una plenitud donde residir con cierta holgura”.
En el fondo se trata de ejercer nuestra autonomía, abrir ese espacio, el claustro mental, y mantenerlo limpio de toda la mugre que nos transfunde permanentemente la pantalla: un espacio limpio “dedicado a la luz, al gozo”.
Esta es la fórmula económica que me sale de la idea del claustro: para que el tiempo sea dinero hay que sacrificar las horas serenas que señalan los relojes medievales. Cada quien decide cuánto invierte en ese espacio y qué sacrifica.
Sobre la inexistencia de ese espacio a la que nos condena nuestro siglo, a propósito de ese claustro que propongo fundar en nuestra cabeza, regreso a lo que dice el monje: “el espacio es aprovechado hasta el máximo, es decir, hasta anularlo”. No hay que aprovechar el espacio: hay que dejarlo ahí, bien delimitado, para que entren el gozo y la luz.