El deseo sexual se distribuye y se gestiona desde el fondo femenino de nuestra especie. Lo distribuye una sola mujer, la célebre diosa Afrodita, conocida en el mundo entero. Lo que se conoce menos es el punto exacto, el surtidor de donde brota el deseo que, desde el principio de los tiempos, intoxica a las mujeres y a los hombres. Ese lúbrico manantial lo lleva la diosa en una bolsita pegada al pecho, supongo que en una especie de sostén. El dato lo revela Homero en Ilíada, la primera historia de la Historia.
Hera, otra diosa con mayor rango, le pide a Afrodita el sostén del amor para engatusar a su marido, que es Zeus. Quiere despertar en él un deseo furibundo que los lleve directamente a la cópula salvaje que, según su cálculo basado en la experiencia, dejará al dios fuera de combate, liquidado rumbo a una profunda siesta, que ella aprovechará para trastocar el rumbo de la guerra de Troya. Zeus es el patrocinador de los troyanos y Hera, que nació en Argos, apoya a los argivos, que son los griegos.
Basta que Hera aparezca en el Olimpo con la bolsita en el pecho para que Zeus enloquezca de deseo, “tan enamorado estoy ahora de ti y tan dulce deseo me domina”, dice el dios. Hera ya ha logrado engatusarlo, se hace la remolona, le dice que sólo acepta, como si cogérselo no estuviera ya premeditado, si van a un sitio donde haya puertas para que nadie los vea. Zeus, que ya no puede con la urgencia, dice que mejor ahí mismo, “echaré para envolvernos una nube que será áurea, y ni siquiera el Sol podrá traspasarla con su vista”. Ahí mismo quiere decir que ese acto de sexo olímpico tiene lugar en el suelo, aunque “bajo ellos la divina tierra hacía crecer blanda yerba”, para protegerlos de las asperezas. Luego Zeus se queda profundamente dormido y Hera consigue lo que quiere.
Esto lo contó Homero para nosotros, pobres mortales, hace casi tres mil años; nos dejó la tarea de hacer las alegorías y las extrapolaciones pertinentes al tiempo que nos invita, todavía hoy, a regocijarnos con nuestra elementalidad, y con la sospecha de que somos la repetición de la repetición de la repetición.