Esta tarde debían reunirse en Canadá, Donald Trump y Claudia Sheinbaum por vez primera. La cita estaba programada de 15:40 a 16:40, aunque seguramente la duración sería menor, porque la sesión plenaria del G7 en teoría termina a las 15:30 y entre despedidas e imprevistos se podría retrasar el arranque del encuentro. Y, por otro lado, la conversación tampoco podría extenderse ya que a las 16:40 comenzaría Sheinbaum su entrevista con el canciller alemán Friedrich Merz, también de una hora.
Obvia decir lo mucho que estaba en juego en esta primera cita, particularmente para México. Sin embargo, habría que reducir algunas expectativas, considerando que se trataba de una reunión que tanto Trump como su equipo asumían como periférica, en medio del encuentro que podría ser histórico entre Estados Unidos y el resto de las potencias, particularmente europeas. Una relación fracturada seriamente por Trump en los primeros cinco meses de su gobierno. Participan como miembros: Alemania, Francia, Italia, Reino Unido, Japón y Canadá, además de India y México, invitados del país anfitrión, aunque con acceso restringido a sólo algunas de las sesiones. Un asiento adicional está destinado a la Unión Europea como tal. Por vez primera, los otrora aliados buscarían en bloque paliar los desencuentros, particularmente en materia económica y a la vez consensuar criterios con Washington sobre la crisis en marcha en Medio Oriente y en Ucrania. Difícil tarea.
Y menciono lo anterior porque es un contexto que define (y limita) los alcances que podía tener la reunión entre Trump y Sheinbaum. Conociendo la personalidad volátil e intempestiva del presidente, era muy probable que el estado de ánimo con el que saliera de la plenaria final determinara el rumbo en su encuentro con la presidenta mexicana. La ocasión anterior en la que Trump asistió al G7 en Canadá, en 2018 durante su primer mandato, las conversaciones terminaron mal por el empecinamiento del estadunidense sobre el tema de tarifas y su deseo (no conseguido) de convertir a Rusia en miembro permanente. Y eso que aún no era el presidente empoderado en que se ha convertido en su segunda edición.
En ese sentido, es muy probable que, de haberse confirmado la reunión con México, Trump la abordara con la confianza y suficiencia que le otorga una relación tan desigual a su favor. Algo que, contra su costumbre, no habría experimentado durante las horas anteriores en que estaría enfrascado en su batalla con otras potencias. Si bien los líderes de Occidente deseaban acortar diferencias con Trump, también estaban interesados en hacerle ver los riesgos de inestabilidad económica y geopolítica a la que está sometiendo al planeta, Estados Unidos incluido.
Trump pudo salir de la reunión del G7 absolutamente contrariado o, lo opuesto (aunque es más improbable), embriagado y exultante por un supuesto éxito frente a los europeos. México pudo ser, como tanto se ha mencionado, la piñata con la cual quisiera desquitarse de la frustración de una mala cumbre o, por el contrario, la oportunidad de mostrarse generoso o condescendiente.
Más allá de la especulación, no se esperarían acuerdos puntuales, porque al no ser un encuentro oficial programado entre las dos naciones, no hay los muchos trabajos previos que se requieren para culminar con la firma de documentos o algo similar. Claudia Sheinbaum intentaría llevar la conversación hacia temas económicos, particularmente en lo que respecta a las tarifas. Era una oportunidad extraordinaria para exponer directamente a Trump las muchas maneras, específicas y puntuales, en las que se beneficia el productor y la clase trabajadora estadunidense por el intercambio de mercancías, capitales y mano de obra entre los dos países. Nada que Trump no sepa, pero nunca es descartable que las peras y manzanas de una explicación puedan romper la barrera de prejuicios en los que se ha encerrado. Y si, en una de esas, Trump salía de la reunión del G-7 con la sensación de estar solo frente al mundo, no era menor la posibilidad de hacerle ver que la integración de la región norteamericana es una manera de paliarla.
Por su parte, hay que dar por sentado que el presidente estaría más interesado en abordar temas de seguridad y migración, con un ojo puesto en la agenda política interna, luego de la crisis con California y las redadas en contra de ilegales. La reunión sería sintomática para conocer hasta qué punto Trump está dispuesto a ahondar en la tesis de que un país extranjero (México) es instigador de la inestabilidad por la protesta de los latinos. Una posición manejada en los últimos días por más de alguno de los miembros de su gabinete.
Así que los dos mandatarios entrarían a la reunión con propósitos diferentes. Lo importante es cómo saldrían de ella. Dependería en mucho de la habilidad de Claudia Sheinbaum para sortear las presiones del estadunidense y darse la maña para llevar la conversación a los temas que le interesan. Nada fácil tratándose de este personaje.
Pero tengo la impresión de que, más importante que los temas que se discutirían, sería la relación que podrían establecer. No hay que olvidar que se trataba del primer encuentro personal, tras una serie de llamadas telefónicas que, por lo general, han concluido con una apreciación favorable de Claudia por parte de Trump. En un escenario optimista, esta percepción podría profundizarse tras la reunión, lo cual podría derivar en una relación en la que el trato directo y fluido pudiera ser un recurso para México los cuatro años restantes.
Las primeras citas suelen estar envueltas en la incertidumbre porque, después de todo, la química entre las personas sigue siendo un misterio insondable. En esta ocasión también lo era, salvo que la suerte de dos países está en juego.
Lamentablemente, no sabemos lo que pudo haber ocurrido en este primer encuentro. Trump abandonó la Cumbre del G-7 anoche, debido al conflicto entre Israel e Irán.