Habrá que apuntar en el calendario este domingo 4 de mayo como un punto de inflexión en la vida política de Morena. La presidenta Claudia Sheinbaum dio un golpe de mando sobre los dirigentes y operadores del movimiento, haciendo efectiva su designación como responsable del bastón de mando recibido de manos del fundador y ratificada por el voto popular en las urnas.
Lo que sucedió es políticamente trascendente al menos en dos sentidos: por el contenido puntual y por la manera en que fue acatado. Lo primero es esencialmente un esfuerzo de la lideresa para impulsar en Morena una recuperación de los valores éticos e ideológicos del movimiento, erosionados por el enorme y caótico crecimiento del partido. Los lineamientos políticos que transmitió al Consejo Nacional, aprobados unánimemente por los 249 consejeros reunidos el domingo, constituyen en conjunto un mapa de ruta para encaminar a Morena a una versión 2.0, como lo está intentando en el gobierno de la 4T. En el fondo un llamado de atención para impedir que el éxito de esta fuerza política y el poder que acumula no termine por convertirla en una nueva edición del PRI con sus corruptelas y dispendios.
Paco Ignacio Taibo II le llamó “un salto adelante, de purificación. Suena hasta muy puritano, pero ya era hora. Los sapos habían cobrado una dimensión espectacular en el interior del partido. Las viejas prácticas estaban dominándonos”. Y Taibo tiene razón, porque además del acuerdo solicitado por Sheinbaum para combatir al nepotismo, impidiendo desde ahora la designación de familiares para un cargo inmediato, el listado de lo que propone corregir parece una descripción del comportamiento de muchos dirigentes del partido: no a viajes aéreos en primera clase o utilizar vehículos aéreos privados (sin importar el origen del recurso erogado); no utilizar vehículos blindados o “guaruras” (salvo que las responsabilidades lo ameriten); no utilizar recursos humanos, materiales o financieros de carácter público.
Respecto a los procesos electorales, no anticipar tiempos de campaña, no permitir el uso de anuncios espectaculares ni la promoción a través de servicios privados, evitar campañas de odio contra otros participantes, restablecer las visitas casa por casa como eje de las campañas, establecer que la designación de plurinominales surja de las tómbolas internas (para terminar con las cuotas botín de los influyentes). Y, en general, castigar cualquier forma de violencia, no utilizar al partido para promover intereses personales, gremiales o de grupo, evitar la frivolidad, el uso de lujos, el clasismo y el consumo ostentoso. “Las y los legisladores no deben andar en congresos internacionales, usando recursos públicos para viajar al extranjero a hacer turismo político. Solo se justifica en una situación especial para una tarea indispensable”, señaló en su carta la mandataria, entre otros señalamientos que parecerían tener un destinatario.
Y si el contenido es significativo, lo más trascendente en términos políticos fue el hecho de que los consejeros de Morena, de manera unánime, asumieron las directrices planteadas por Sheinbaum, a pesar de que muchas de ellas son contrarias a actitudes y comportamientos de algunos poderosos dirigentes dentro del movimiento.
En ese sentido se trató de un primer pulso entre la heredera del bastón de mando y quienes se sienten dueños u operadores de otras parcelas del poder de esta fuerza política: coordinadores parlamentarios, líderes sindicales, gobernadores, cuadros del partido. Con su planteamiento Sheinbaum asume la responsabilidad de convertirse en la guía ideológica del movimiento, punto de referencia de lo que es y no es esta corriente política y social, para los tiempos que corren. Si hasta hace unos meses para responder a la pregunta “¿qué es el proyecto de la 4T?” había que responder “lo que defina López Obrador”, a partir de este domingo habría que asumir que la referencia es Claudia Sheinbaum, intérprete y conductora del segundo piso de la 4T.
Es cierto que en su carta aboga porque Morena no sea un partido de Estado, y señala que debe existir una plena separación entre el gobierno de la República y la dirigencia del partido. Sheinbaum no dirige el partido. Pero en su planteamiento establece que Morena es, a la vez, un partido y un movimiento. Dentro del partido ella se define en la práctica como una simple militante con licencia, pero en el movimiento ella se posiciona como heredera del bastón de mando y defensora número uno del ideario del llamado humanismo mexicano. En estricto sentido, “las tablas de la ley” que ha introducido no derivan de su carácter de Presidenta y o de dirigente del partido (que no lo es), sino de líder del movimiento.
Parecerían matices irrelevantes, pero no lo son. ¿Por qué? Porque si bien Sheinbaum es la jefa del Poder Ejecutivo, Adán Augusto López y Ricardo Monreal, ex rivales de la Presidenta, son los mandamases del Poder Legislativo. Gobernadores y líderes sindicales tienen también su propia fuente de legitimidad formal. En esencia, poderes independientes del Ejecutivo. A su manera, ellos también se conciben como herederos explícitos de parte de López Obrador de esas parcelas de poder. Sin embargo, solo ella recibió el bastón de mando del movimiento y es desde allí de donde emprende la batalla para intentar limpiar a la organización. Una estrategia correcta, porque en el fondo todos ellos están allí gracias a la base política que representa el movimiento. Y cabeza de este, solo hay una.
Habría que reconocer la trascendencia de lo que está haciendo Sheinbaum, más allá de ser un golpe sobre la mesa respecto a sus rivales políticos. Un correctivo necesario frente a lo que se estaba desviando. “Recordemos que el fin nunca justifica los medios, pues si en el camino se pierden los principios será difícil recuperarlos”, precisó en su carta. Y en efecto, en aras de la necesidad política, de los triunfos electorales y de las mayorías parlamentarias para aprobar reformas, Morena ha tenido que recurrir a aliados, a llenarse de mercenarios, a asumir compromisos cuestionables. Con su llamado, la Presidenta reconoce que hay un costo ético en tales prácticas y el riesgo de una pérdida de rumbo. Los principios morales deben ofrecer límites a la “real politik”. Este domingo redefinió la ruta. Nada asegura que logrará imponerse a las enormes inercias instaladas en la clase política, pero, sin duda, ha ganado el primer round. Ahora habrá que ver que se cumplan.