En las catedrales, basílicas, parroquias y capillas de la religión oficial, el miércoles 16 las campanas al vuelo pregonaron la buena nueva: la sentencia prácticamente de por vida a Genaro García Luna en un tribunal de Nueva York. Un día antes, en la conferencia de Palacio Nacional, la reportera Olivia Vázquez le preguntó a la presidenta Sheinbaum sobre el deseo del ex secretario federal de Seguridad Pública de vestir de civil en su última audiencia en la corte: “Es su derecho”, respondió. Y luego dijo: “Lo que es claro son todas las pruebas que se presentaron” para juzgarlo y condenarlo en Estados Unidos.
Al escucharla, el dubitativo cartujo se preguntó: ¿cuáles pruebas? En contra de García Luna hay testimonios de delincuentes, rumores, sospechas, y un ánimo generalizado de linchamiento entre la humanista feligresía de Morena. Pero, como escribió Carlos Marín en MILENIO: “Ni una foto ni un video ni un documento ni una cuenta bancaria ni un mensaje telefónico ni un correo electrónico ni un audio, nada conduce a los 274 millones de dólares con que sus acusadores dijeron haberlo sobornado”. Entonces, ¿dónde están las pruebas?
La mandataria tiene todo el derecho de sentirse satisfecha con el resultado del juicio en NY —y de pedirle a Pablo Gómez una investigación sobre el aborrecido personaje— pero por su formación académica se esperaría de ella más cuidado con sus palabras. García Luna fue encontrado culpable por un jurado popular y el juez Brian Cogan lo refundió en la cárcel, como decían los viejos cronistas de policía; eso es todo y con eso debería ser suficiente para saciar la sed de venganza de sus enemigos, dentro y fuera del partido oficial, pero no tienen llenadera. Deberían pensar en las palabras de la administradora de la DEA, Anne Milgram, quien al referirse a la sentencia contra García Luna dijo: “envía un mensaje claro a los líderes corruptos de todo el mundo que utilizan sus posiciones de poder para ayudar a los cárteles: nada los protegerá de la justicia”. Nada, en Estados Unidos; mientras permanezcan aquí pueden dormir tranquilos, ¿verdad, señor Rocha Moya?
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.