Dos selecciones diferentes. Georgia y Rumania, selecciones con las que nadie contaba, confirmaron una teoría y un prejuicio: los equipos están por encima de los individuos y jamás hablamos de los equipos que no tienen estrellas. Aunque son dos cuadros sin presión histórica, en alguna rama de su árbol genealógico existe un gusto por jugar muy bien al futbol. Como los húngaros, los checoslovacos, los búlgaros, los soviéticos o los antiguos yugoslavos; en georgianos y rumanos hay una mística muy típica del Este que expresa este juego de distintas formas: a veces independiente, otras revolucionaria y en algunos casos, caótica. Georgia y Rumania son los equipos diferentes.
Parientes lejanos. Italia y España se han enfrentado en todo tipo de situaciones, no alcanzan el nivel de un clásico, pero su historia acumula suficientes causas para ser señalada como una de las rivalidades más dramáticas de Europa. Parientes lejanos, italianos y españoles no se parecen: unos fueron criados por defensores muy duros y otros por atacantes que parecían frágiles. Ese enfrentamiento entre rudos y técnicos casi siempre tuvo un ganador: Italia. Pero en algún punto de su vida los italianos renunciaron al característico estilo que les dio cuatro campeonatos mundiales y decidieron probar con la pelota; las cosas cambiaron: con ella, casi siempre gana España.
Puntos cardinales. Argentina y Canadá, en las antípodas del continente y en los extremos del juego, inauguraron la Copa América más larga de la historia. El territorio que las separa, inmenso, no parece tan grande cuando las vemos en una cancha de juego. Dicen que las distancias se han acortado, es verdad, pero no lo suficiente para que los canadienses puedan vencer a los argentinos. Una cosa es acercarse de vez en cuando y otra muy distinta competir siempre. Por eso es tan importante jugar la Copa América de norte a sur y del este al oeste.